XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

La vida, la mejor maestra 

Belén Cabello de los Cobos Asenjo, 17 años 

                 Colegio Senara  

Sólo me faltaban dos calles para cruzar y llegar a mi casa, pero aún así me pareció tentador subirme al autobús que iba a detenerse justo donde yo me encontraba. Aunque no tenía el abono-transporte recargado, decidí montarme. El conductor me miró de reojo, esperando a que sacara el monedero del bolso. Él no sabía que tenía un plan: <<Me haré la despistada para hacer tiempo, y cuando encuentre el abono habré llegado a mi destino. Entonces verá que está caducado y me ordenará que me baje allí donde quiero>>.

Pero tuve la mala suerte de que el autobús se detuvo por un par de semáforos en rojo. Así que no me quedó más remedio que sacar, antes de tiempo, el monedero donde guardo el abono caducado. Cuándo se lo enseñé, aquel buen hombre me indicó que tendría que abandonar el autobús en la siguiente parada. Y aunque había salido todo como yo lo tenía previsto, simulé un gesto de decepción. 

Una anciana se levantó con dificultad de su asiento y se acercó hacia donde yo me encontraba. 

—Toma estos dos euros para que puedas continuar el trayecto —me dijo, con amabilidad, lo que hizo que me sintiera avergonzada. 

—No se preocupe. Me viene bien bajarme en la siguiente parada —me disculpé, apurada. 

Mientras me colocaba la bufanda, sentí el dedo de alguien que me llamaba por la espalda. Era un chico de mi edad, que parecía absorto con la música que escuchaba por sus cascos. Me tendió dos euros. 

—No los voy a necesitar —señaló con claridad. 

Le sonreí, insistiendo en aquello de que no me venía mal la siguiente parada. Fue entonces cuando el autobús abrió sus puertas y, por fin, logré salir a la calle. 

Había conseguido lo que quería, viajar sin pagar. Sin embargo, no estaba satisfecha. Una vez más la vida me había ganado: aunque había planificado mi falta para que saliese como yo quería, la vida me acababa de demostrar que iba unos pasos por delante de mí, recordándome que debo ser yo quien tome las riendas del destino, sin tener remordimiento interior. 

¿Por qué tuvieron que acercarse aquella anciana y aquel joven? De no hacerlo, no me sentiría tan avergonzada. Ha sido una de tantas lecciones que me da la vida, que está dispuesta a repetir su examen hasta que por fin lo apruebe.