IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La viuda

Aitor Gil, 17 años

               Colegio Vizcaya  

Año 1922. Aberdeen (Escocia)

El hospital psiquiátrico de Aberdeen estaba en decadencia por la ausencia del dinero de los McGregor. Ésta familia era la dueña del hospital, creado en 1915 con el objetivo de ayudar a los heridos de la Gran Guerra. Poco más tarde se convirtió en psiquiátrico, pero los McGregor habían perdido el interés por su mantenimiento y ya no lo regentaban.

El estado del edificio era decrépito. Los jardines, años atrás un parque cuidado, se ahogaban entre zarzas. Había doce pacientes potencialmente peligrosos. Uno de ellos se llamaba Robert. Hacía veinticinco años que estaba allí y su historial médico había desaparecido tras un incendio. Transcurría noviembre entre tormentas. Robert ansiaba la libertad. Una noche logró salir por un ventanuco sin hacer ruido, se encaramó a la verja y encontró la libertad.

Dos meses después : Wick (Escocia)

La pequeña aldea de Wick , en el extremo norte de Escocia, se mantenía como siglos atrás. Hacía ya más de ocho años que John Perry, el anciano y único pescador de la aldea, había muerto y, desde entonces, nadie había vuelto a salir a la mar por temor a la furia del océano.

Un día de diciembre, un forastero llegó a la aldea. Aquel individuo, que asemejaba una sombra oscura, se detuvo ante la posada. Margaret , la vieja que regentaba la pensión, abrió la puerta.

-Una habitación, en lo alto –exigió la sombra.

-¿Cómo ha dicho?

-Necesito una habitación en el último piso- respondió la sombra.

-Bien. ¿Su nombre es…?

-Paul Johnson.

Edimburgo (Escocia)

A las tres y media la inspectora Chalmers digería el amargo café. Le habían asignado un caso de fuga de un psiquiátrico y sus pistas le habían conducido al norte de Escocia.

Wick (Escocia)

La noticia había corrido como la pólvora. Aquel hombre se iba a convertir en pescador y utilizaría la casa del difunto John como hogar. Dos días más tarde, todos bailaban en una fiesta y reían al son que marcaban los músicos. Paul, sentado en un extremo de la sala, miraba fijamente a Rachel, la hija del alcalde.

Aunque el pueblo reconocía a Paul su gran esfuerzo en el mar, no todos estaban contentos: la señora Margaret llevaba semanas encerrada en su casa, tendida en la cama y sin mover un músculo. Las arrugas de la cara reflejaban la dureza de los años, que parecían haberse “cebado” con ella. Su mirada se perdía a través de la ventana. Cuando llegó Paul, su paz desapareció.

La inspectora Chalmers escuchaba con atención a Margaret. Chalmers confiaba que el hombre que Margaret le describía fuera Robert. La inspectora se instaló en la pensión de Margaret para evitar cualquier sospecha. Los días transcurrieron, pero sus pesquisas no aportaban nada nuevo. Una noche, una fuerte explosión despertó a todo el pueblo: la taberna de Tom Bee había desaparecido; solo quedaba el rastro de las llamas. A la mañana siguiente, un hervidero de gente pululaba por la pequeña estación de Palyton Cross. El único tren que llegaba a la aldea estaba repleto. El jefe de estación gritaba por doquier: “¡No hay más billetes! ¡Pasajeros al tren!” . Aquel suceso había asustado a los vecinos y muchos de ellos decidieron mudarse a un lugar más seguro. La mayoría tenía parientes en Glasgow o Aberdeen. Entre los viajeros no se encontraba la inspectora Chalmers.

La inspectora le hizo una visita a Paul. Éste accedió, con sorprendente amabilidad, a llevarla a los acantilados. Llegaron al puerto y y Chalmers subió a la pequeña embarcación.

Una mano empujó con brutalidad a la mujer contra la cabina de mando. La inspectora no tuvo tiempo de sacar su arma; cuando cayó al suelo dos manos le agarraron por las muñecas y se las ataron. Al darse la vuelta se llevó una gran sorpresa. Su atacante era la señora Margaret.

-¿Pero qué esta haciendo?

-Asesinarla para arrojarla después al mar como carnaza para tiburones.

-¿Conoce a Paul? –preguntó intentando mantener la calma.

-Es mi hijo. Consiguió evadirse de ese antro para locos y no voy a permitir que ni él ni usted arruinen mis planes. John Perry, su padre, murió en extrañas circunstancias. Pero no fue mi hijo: ¡yo le maté!

-Pero, entonces, ¿por qué motivo encerraron a Paul en el psiquiátrico?

-¿Cómo iban a acusar a una pobre viuda de la muerte de su marido? Todos pensaron que fue Paul, que sufría una enfermedad mental. Dos hombres del psiquiátrico de Aberdeen se lo llevaron y, afortunadamente para mí, no supe nada más de él.

-Así que lo único que usted quería era la casa y el dinero.

-¿El dinero? Sólo lo que John recibió como compensación por los servicios prestados en la guerra. Nadie del pueblo sabía que John fue un héroe que salvó a decenas de soldados de las bombas alemanas. Cuando falleció, el gobierno reclamó el dinero, pero él lo escondió y estoy a punto de encontrarlo.

-¿Qué es lo que piensa hacer ahora?

-Deshacerme de ti y de Paul de un modo silencioso y limpio A dos kilómetros mar adentro hay una gran falla de dos mil metros de profundidad.

Se oyeron pasos en la cubierta de proa. Debía de ser Paul; sus pasos parecían nerviosos. Cuando Paul bajó las escaleras , un fuerte golpe le dejó sin sentido.

Mar del Norte , dos kilómetros al noreste de Wick:

Dos pesadas cadenas se hundían lentamente en el agua. Chalmers despertó. Paul le miraba fijamente, pero sus ojos parecían perdidos. Al igual que Paul, las cadenas estaban atadas a sus tobillos. Poco a poco, iban hundiéndose bajo el mar. La vieja no estaba en cubierta. Un hacha reluciente asomaba por la barandilla. Era su única oportunidad: Chalmers se arrastró hasta el hacha y la agarró con las dos manos. ¡Clonk! La esposa se partió ante la fuerza del arma.

El cuerpo de Paul cayó por la borda. La cadena de Paul tiraba también de la de la inspectora, que calló al agua. Sus ojos se abrieron para ver los rayos de luz que atravesaban la superficie. Por último , la oscuridad lo impregnó todo.

Seis meses después:

Dio comienzo la gran fiesta de las máscaras de Edimburgo. Las parejas de baile se unían formando un solo cuerpo. Sus movimientos, rápidos y suaves, seguían con una sorprendente exactitud el ritmo de la orquesta. Una mujer de avanzada edad movía brazos y piernas elegantemente. Era una invitada nueva en este festival para las familias más selectas de Escocia. Era viuda, pero la fortuna que había heredado la habían situado en lo alto de la sociedad. Al cesar la música sus ojos se tornaron oscuros y fríos.