VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana


Lágrimas de princesa

Verónica Ana Adell, 15 Años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Ya estaba de nuevo en casa después de cinco años estudiando fuera. Había pasado tanto tiempo que las cosas parecían haber cambiado. Salí al jardín trasero y observé el atardecer. Sentada en la mecedora de madera comencé a recordar mi infancia, el colegio, los amigos, los pasteles de la abuela, los batidos de fresa, cuando me daba por saltar charcos bajo la lluvia, lazos, flores, colores… Sonreí.

Dirigí la mirada hacía el patio de los vecinos y me acerqué para inspeccionarlo con mas detalle. Otra bandada de recuerdos acudió a mi mente:

Era Nochebuena. Lo celebrábamos toda la familia, contentos por estar reunidos un año más. Yo recibí como regalo una muñeca de porcelana que deseaba desde hacía mucho tiempo, uno de esos juguetes que todas mis compañeras del colegio deseaban y pocas conseguían por su elevado precio. Mientras juguaba con ella, descubrí que una niña más o menos de mi edad me observaba desde el otro lado de la valla que nos separa del vecindario. Me acerqué con una sonrisa ilusionada.

-¿Cómo te llamas?

Pero no me respondió. Simplemente elevo su pequeño dedo índice para señalar a la muñeca. En sus ojos deslumbraba un brillo de deseo.

-¿La quieres?

Asintió delicadamente con la cabeza. Bajé la mirada frustrada, pero observé su patio: las plantas crecían por todos lados, la casa tenía vidrios rotos, y enredaderas aferradas a las paredes. Vestía con descuido, dejando claro que era pobre.

Se la tendí.Ella la abrazó con fuerza y me sonrío feliz.

-Cuídala como si fuera tuya -le rogué, convencida de que jugaría con ella más que yo.

Unos meses después unos policías entraron en la casa de la niña. Obligaron a toda la familia a abandonar la vivienda. Me di cuenta de que hablaban entre ellos otro idioma, ruso probablemente. Su madre chillaba desesperada a los policías. En aquel instante crucé la mirada con la de la niña, que se había puesto a llorar. De su mano colgaba la muñeca, pero cuando un guardia la alzó en vilo se le cayó. Mi madre me exigió entrar en casa: no pude rescatar ni a la muñeca ni a mi amiga.

Salté la verja y caminé por aquel patio, quel seguía como antes, sucio y abandonado. Mis pies tropezaron. Era aquella vieja muñeca. Al cogerla no pude impedir que se me escaparan un par de lágrimas. Se me antojó que tenía una triste mirada, como la de aquella vecina con lágrimas de una verdadera princesa.