XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
Lágrimas en relevé
Claudia López de la Fuente, 15 años
Colegio Montesclaros (Madrid)
Cuando entró Diana, le pareció que la sala de los espejos estaba más oscura de lo normal. Para no pensar, decidió hacer unos ejercicios de calentamiento. Se sentó en el suelo y comenzó a estirar los músculos de las piernas, que habían perdido parte de su flexibilidad. Cerró los ojos a pesar de que la sala estaba vacía y, para no derrumbarse comenzó a tararear una canción, pero enseguida se le agitaron la respiración y el ritmo del corazón.
Tras el accidente de coche, no volvió a ser la misma. Le dijeron que el conductor estaba bebido y que no la vio cruzar por el paso de cebra. Tras el estruendo y un gran destello, despertó en la habitación del hospital. Las lesiones fueron graves, y permaneció inmovilizada durante meses.
Cuando abrió los párpados descubrió un agujero en sus oscuras medias. Se lo había provocado ella misma al rascarse las piernas de forma intensa. Tuvo que mirar al techo para que las lágrimas no se le derramaran. No podía mostrarse vulnerable; era la mejor bailarina del grupo.
Se puso de pie y empezó a imaginarse una melodía en su cabeza. Cerró de nuevo los ojos para encerrarse en su interior y controlar la respiración, y se dejó llevar por la sala al ritmo de las notas imaginarias.
<<Si el cuerpo baila, la mente calla>>, se dijo.
Dio vueltas y saltos, pero al intentar un relevé cayó al suelo. Lo que vio reflejado en los espejos no le gusto en absoluto: una chica derrotada, incapaz de hacer el paso más simple. Se miró con rencor y vergüenza. No era el dolor de sus extremidades recién recuperadas, era la rabia contenida que aún guardaba. Maldijo su suerte y a todas las personas que le dijeron que tenía un don especial para la danza.
Se levantó con amargura y volvió a intentar el relevé, sin conseguirlo.
Las luces se encendieron cuando entró en la habitación su compañera Adela. Diana se incorporó rápidamente, disimulando ante lo que le acababa de pasar. Su amiga le dedicó una sonrisa mientras se disponía a calentar a su lado. Adela era muy torpe, siempre se desequilibraba cuando hacía piruetas. Apenas había mejorado mientras Diana estuvo en el hospital y en su casa. Sin embargo, acudía a la clase de balé con la ilusión del principio.
Adela la invitó a bailar, pero Diana la rechazó; no quería que nadie viese las secuelas del accidente. Pero su amiga la conocía bien, así que la tomó por las manos , se puso a tararear una canción y comenzaron a danzar. Primero, simples pasos, y después piruetas y saltos más complejos, hasta que acabaron en un relevé. Diana se estaba empezando a desequilibrar cuando sintió las manos de Adela en la espalda, que la sostenían. Miró a los espejos, y esta vez se encontró con una chica que estaba erguida. Quizás no era perfecta ni podía aspirar a lo más alto en el balé, pero era feliz. Abrazó a Adela tan fuerte que casi la dejó sin respiración.