IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Las apariencias engañan

Patricia Mendilibar, 14 años

                   Colegio Aura (Tarragona)  

Le marcaban los ojos unas ojeras violáceas que se unían a su aspecto desgarbado. Aquella apariencia de hombre pobre me produjo un escalofrío, sobre todo cuando me di cuenta de que más allá de su aspecto derrotado amaba los libros: acarició sus lomos mientras buscaba un autor, un título... Pasó las hojas con delicadeza, deslizó sus pupilas por las líneas con la

avidez de un niño hambriento. A pesar de todo, mi suspicacia evitó que le quitara los ojos de encima, ya que me inquietaba como si fuera capaz de hipnotizarme y, al tiempo, llevarse algún artículo sin pagarlo.

Mi inquietud no le pasó desapercibida, así que se mostró hosco y esquivo conmigo. Después de pagar abandonó el local con el crujir del parquet bajo sus pies.

El toque de las campanillas de la puerta anunció, al cabo de un momento, la llegada de otro cliente. Me asomé y sonreí: había entrado una bella muchacha de tez morena. La atmósfera se concentró en ella: su pueril rostro y la penetrante fragancia que usaba se había apoderado de todo el local.

Aproveché su presencia tranquilizadora para pasar la mopa por las estanterías del almacén. Es decir, le permití examinar todos los ejemplares que se le antojasen, como si fuera un niño en un mundo de dulces.

Transcurrió el tiempo sin apenas darme cuenta. Cuando salí del almacén cuál no fue mi sorpresa al descubrir que la joven había desaparecido, llevándose consigo los libros de todo un estante. ¿Quién habría pensado que tras esa inofensiva lectora se encontraba una experta ladrona? ¿O tras la mía, una librera torpe?

No recuperaré mis libros. Perdí el dinero, pero gané algo mucho más importante: que no se puede juzgar por las apariencias.