VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Las perlas del collar

Laura Saldaña, 15 años

                 Colegio Alborada (Madrid)  

- Mamá, ¿qué es esto? ¿Por qué guardas cosas rotas? ¿No sabes que da mala suerte?

- Tranquila, cariño. No está roto; simplemente está incompleto.

- Y por qué te compras cosas sin terminar.

- Este collar me lo regaló la abuela por mi cumpleaños, hace mucho tiempo. Es una larga historia.

- Pues bien, tengo todo el tiempo del mundo; soy toda oídos.

Mi madre, siempre me regalaba algo especial por mi aniversario. Ella nunca regalaba por regalar sino que todos sus presentes tenían un significado. Puedes figurarte que me hacían mucha ilusión.

Se acercaba el dieciocho de diciembre: iba a cumplir dieciséis años. Estaba muy nerviosa porque mis amigas ya los habían cumplido y yo, a su lado, me sentía pequeña.

Cuando llegó la ansiada fecha, me levanté de una salto. Todo estaba oscuro: comprendí que aún no se habían despertado los abuelos ni mi hermana, pero al llegar al salón y encender la luz, descubrí que estaban los tres escondidos. Me felicitaron mientras salía de aquella sorpresa. Después, uno a uno me dio un beso y un regalo. Mi hermana, una caja de maquillaje, puesto que sabes que soy muy presumida. Tras ella, se acercó mamá, que portaba en sus manos una caja de terciopelo rojo con el nombre de una joyería en letras de molde doradas. “Toma”, me dijo, “para que nunca olvides que tienes a gente a tu alrededor que te quiere y te aprecia tal y como eres”. En su interior había un precioso collar de perlas. Lo saqué de su estuche y me lo puse, para presumir en el colegio.

Cuando me fui a vestir, recapacité sobre la frase de la abuela, pero no lograba entender que relación guardaba con el collar. Pensé que, simplemente, era una dedicatoria y terminé por no darle más importancia. Cogí los libros, me despedí de todos y me fui al colegio.

No hubo quien no ponderara mi estupendas perlas nuevas. Pasé la mañana con mis amigos. Entonces volví a pensar en la frase que me había dicho la abuela y la entendí: me quité el collar, desenrosqué seis perlas y entregué una a cada uno de mis compañeros. Al principio no las aceptaron, pero no tardé en convencerles.

Años después, me cambié de colegio. Después fui a la universidad. Pasaron los estudios y comencé a trabajar. En cada una de las etapas de mi vida conocí a personas nuevas, que ayudaban a constituir mi historia y que formaban parte de mi vida. Con cada una de ellas, desenroscaba otra perla. Poco a poco, el collar se fue vaciando, mientras mi corazón se llenaba, hasta que comprendí que me había quedado sin perlas pero había ganado algo mucho más importante, un collar de personas diferentes que me aprecian con mis defectos y virtudes, al igual que yo a ellos, que me ayudan, que ríen y lloran conmigo.

A fin de cuentas, he fabricado una joya mucho más valiosa.