XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Lección de muerte 

Javier Delgado de Olmedo, 16 años

Colegio Tabladilla (Sevilla)

Daniel había burlado a la muerte en tres ocasiones. Tres veces había estado enfermo de gravedad y tres veces había conseguido salir adelante. 

Sus padres fueron unos reconocidos empresarios, cuyos negocios farmacéuticos generaron millones y millones de pesetas. Gracias a ello, se pudieron permitir la asistencia de los mejores médicos para que atendieran a su hijo.

Una década antes de que Daniel cumpliera cincuenta años, murió su madre a causa de un cáncer. Como por entonces ella era mayor y su cuerpo estaba débil, no logró sanar a pesar de su enorme patrimonio. Su padre falleció cinco años después, ya en su vejez, por causas naturales.

Aunque cuando murió su madre Daniel mostró tristeza, por dentro estaba alegre, pues se encontraba más cerca de recibir la fortuna familiar. Después del fallecimiento de su padre, organizó una fiesta con sus amigos íntimos para celebrar la cercanía de la herencia. Hubo un momento en el que brindó:

–¡Por un futuro en el que la muerte pierda todo su sentido! –exclamó al elevar la copa.

Sus amigos, aunque no entendieron la razón de aquel deseo, contestaron:

–¡Por que pierda su sentido!

Y la fiesta continuó.

A partir del deceso de su madre, Daniel desarrolló un plan: consciente de que son muy pocas las personas que superan la centena, pues a esa edad los órganos vitales se han deteriorado progresivamente hasta dejar de realizar sus funciones, decidió invertir la mayor parte de su fortuna en un proyecto liderado por un equipo de médicos e ingenieros biológicos y genéticos con la mejor reputación del mundo, de modo que trataran de fabricar una máquina capaz de rejuvenecer los órganos vitales, incluso el cerebro. Así, durante cinco años Daniel viajó por todo el planeta para reunirse con autoridades de cada una de las ciencias necesarias para el éxito de sus intereses. Hubo quienes no aceptaron dedicar su tiempo a aquella quimera, y otros a los que les gustó la iniciativa, pues iba a permitirles jugar con la vida como si fueran dioses. Además, no desdeñaban el generosísimo sueldo que les brindaba Daniel, junto con una vivienda de lujo en Sevilla, junto a los laboratorios familiares.

Transcurrieron veinte largos años. El equipo de expertos parecía encontrarse más cerca de conseguir su objetivo, pero también más cerca de la muerte. Sabían que estaban en una carrera contrarreloj, en la que sólo habría un vencedor: o la parca o la máquina rejuvenecedora. 

Bajo la atenta supervisión de Daniel, sus empleados trabajaron sin descanso. Habían hecho grandes avances: tenían una máquina capaz de rejuvenecer las células de los distintos tejidos animales.

Las últimas pruebas fueron un éxito. Habían experimentado con unos monos consumidos por la edad. Tras su paso por la máquina, consiguieron que los macacos se asemejaran a sus congéneres más jóvenes. Gracias al tratamiento, habían recuperado movilidad y salud. Cada vez faltaba menos para probar aquella tecnología en humanos.

La muerte es paciente... Había visto cómo la vida de Daniel se le había escapado de sus frías manos en tres ocasiones. Esta vez estaba decidida a no volver a fallar. Llevaba mucho tiempo esperando el momento adecuado, y este había llegado.

Una noche, la muerte bajó a la Tierra y le arrebató la vida a Daniel. Los forenses dictaminaron que había fallecido debido a un paro cardiaco. Él notó cómo su corazón dejaba de bombear y cómo la muerte abrazaba su alma para llevársela al otro mundo. Fue una escena casi cómica: la muerte a la que había intentado evitar, tiraba de él cómo si fueran dos viejos amigos después de mucho tiempo sin verse. Entonces comprendió Daniel que había desperdiciado toda su vida en un proyecto que no vería terminar. Una vez llegaron a su destino, le cegó una luz y escuchó una voz tronante.

Daniel se despertó sobresaltado. Estaba tendido en su cama, empapado en sudor. La cabeza le dolía horrores. Se la tocó; estaba ardiendo en fiebre. 

–Ha sido una pesadilla –resopló–. Parecía que me había muerto.

De pronto dudó. ¿Era real o lo había soñado? Quizás había sido un aviso: su vida había llegado a su culmen, y Alguien le había dado una nueva oportunidad.

Meses después falleció su madre, cinco años más tarde fue su padre el que expiró. Daniel, como si hubiera recibido una revelación, dedicó el resto de su vida a gestionar las tareas habituales de la empresa familiar, con lo que logró múltiples beneficios gracias a los que creó asociaciones benéficas con las que pudo ayudar a miles de personas desfavorecidas. Y perdió el miedo a morir.