IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

¡Levántate!

María de las Peñas, 16 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Aquella mañana me despertó el desagradable despertador, gritándome que era hora de ponerse en pie. Lo apagué de un manotazo y pensé: “Qué importa que duerma un poco más... Siempre llegamos tarde. Además, estoy muy cansada”. Y volví a dormirme.

Cuando miré de nuevo el reloj di un brinco. ¡Me había quedado dormida durante veinte minutos! ¡No puede ser, qué poco cunde el tiempo! De un salto salí de la cama y fui rápidamente a despertar a Rocío, María Pilar, Blanca y Carmen.

-¡Vamos, niñas, corred, que es muy tarde y no llegaremos al colegio!

En la cocina le di los buenos días a mi madre, que preparaba los bocadillos de mis hermanos, e hice el biberón de Nicolás, un encargo del que me responsabilizo a diario. Mientras se lo llevaba, descubrí que María Pilar permanecía tumbada sobre su cama. Me acerqué sigilosamente y descubrí que estaba dormida.

-¡Parece mentira...! Eres un bebé. ¡Levántate ya, vaga!

Caminé refunfuñando, descalza por el pasillo, cuando me percaté de que Rocío también cabeceaba.

-¡Rocío! –grité prolongando varios segundos la última vocal-. Te he despertado hace diez minutos. ¡Espabila! ¿No ves que hay que hacer muchas cosas? Yo no puedo con todo.

La pequeña se puso de pie y me dejó con la palabra en la boca.

-Sólo te estoy copiando.

Me senté en la cama y permanecí dando vueltas a lo ocurrido. ¿Tengo derecho a exigirles a ellas lo que yo no cumplo? Me esforcé para poder justificarme, pero no hallé razón que me disculpara. Siempre he sabido lo importante que es levantarse a la hora. Sin embargo, nunca me había planteado el por qué. Aquel día me dí cuenta de que tenía que buscarlo y no lo podía encontrar en mi comodidad. Las mañanas en mi casa son mucho más agradables cuando vamos bien de tiempo, y de mí depende, ya que soy la hermana mayor. Tengo una responsabilidad de la que no puedo evadirme por simple pereza. Así que me propongo, de hoy en adelante, hacer caso a esa voz que cada mañana me aconseja en un susurro: “Levántate, merece la pena”.