XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Límites musicales 

Carlos Garde, 16 años

Colegio Mulhacén (Granada)

Llevo escuchando la música del momento desde que soy muy pequeño, bien para pasar el tiempo o para aislarme de lo que me rodea. Por eso, me he dado cuenta de que, desde hace unos años, cuando pongo la radio escucho en las canciones que se han sustituido las letras fáciles y pegadizas por otras, igual de pegadizas, con mensajes preocupantes. Lo que al principio formaba parte de uno de cada diez temas, ahora es lo central de la mayoría de las canciones. Me refiero al uso de palabras inadecuadas, al abuso de una sexualidad desmedida, a la incitación al consumo de alcohol y drogas, a la celebración de la violencia y al desprecio a las personas, incluso a la autoridad jerárquica. 

Por poner un ejemplo: hace una semana me encontraba disfrutando de unas hamburguesas con mis amigos, cuando un grupo de chicos de diez años entró al local. Me impactó la forma en la que usaban algunas expresiones recogidas en esas canciones, incluso las ideas que aparecen en sus versos y estribillos. Que un niño conozca el significado de esos términos y los utilice de manera habitual, me da una idea del tipo de pensamientos que han ocupado su cabeza respecto a temas que no tiene edad ni madurez para conocer.

Si existe un límite para los menores a la hora de ver ciertas películas, espectáculos, videojuegos y, a veces, libros, con el propósito de protegerlos de aquello que puede dañarles, ¿por qué no sucede lo mismo con la música? Hay cierto contenido verbal en canciones que es mucho más explícito que algunas escenas de películas o de videojuegos censurados por los educadores, y que elevan el rango de edad de los posibles consumidores. Debe ser que las autoridades están equivocadas respecto a lo avispados que podemos ser los menores. La capacidad que tiene un niño o un adolescente para interpretar erróneamente los estímulos que generan las palabras es mucho mayor de lo que se piensan los adultos, salvo que en esta permisividad haya un agravante. Es decir, que exista un interés espurio por parte de quienes deberían poner los límites.

Aunque parezca drástico, podría ser una buena opción restringir cierto tipo de música a través de controles de edad, para que los menores no escucháramos contenidos dañinos. Aunque muchos niños y adolescentes hicieran lo posible por saltarse dichos límites, la norma, como mínimo, aumentaría la percepción general de este problema que ahora se ignora como si no tuviera impacto alguno.