VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Llévame contigo

Marta Ramírez, 15 años

                  Colegio Pineda (Barcelona)  

¿Cómo será la vida después de la muerte? ¿Habrá algo maravilloso cuando nos muramos? Me gustaría hacerle esta pregunta a mamá si volviera a visitarme.

Cuando era pequeña, mi madre sufrió un grave accidente que le costó la vida.

Cuando voy por la calle, la gente que ha oído hablar de mí me mira con cara de “oh, pobre niña”... En cambio, hay otra gente, como mi tía Ana, que dice que lo que me sucede es muy bonito, que tiene un encanto especial: el encanto de la imperfección.

La gente siente pena por mí porque, además de no tener madre tengo un padre alcohólico y dos hermanos a los que cuidar. No culpo a mi padre de las desgracias de mi familia, pero a causa de su enfermedad estamos bajando hasta la ruina. Hace poco le despidieron del trabajo porque, desde la muerte de mamá, se le va la mano con el alcohol.

Yo hago de “canguro”; así consigo algo de dinero.

Lo peor de la enfermedad de papá es que ya no podemos confiar en él. Mis hermanos y yo tenemos que esconder nuestros ahorros para que no nos los robe para comprarse más botellas. Me fastidia mucho que a mis doce años tenga que actuar como madre al tiempo que debo cumplir mis obligaciones como la niña de doce años que soy.

No doy a basto con todas mis tareas. Por si fuera poco, cada día mi padre va a peor. Hace un par de semanas llegó borracho a casa a las siete de la mañana, y yo hice lo imposible para que mis hermanos no se dieran cuenta, pero no logro hacer milagros, antes o después se enterarían. Ese momento llegó cuando a papá le dio un coma etílico. La gran decepción de mis hermanos pudo con la vida de mi padre. En ese momento mi tía Ana llegó a la conclusión de que estaríamos mejor con ella, que teníamos que vivir en su casa.

No podía creer que, con todo lo que habíamos sufrido, cuando la tía me ofreció su ayuda para cuidar de mis hermanos, yo la rechacé. Por eso decidió que era mejor mantenerme alejada de ellos.

No duré mucho en el internado al que mi tía me llevó, ya que desde que me marché Luis dejó de comer. Mi tía creía que era un berrinche de niño pequeño, pero a las dos semanas cayó enfermo y mi tía decidió que era conveniente que fuese a visitarlo.

Llegué demasiado tarde.

En la cama yacía mi hermano pequeño, pálido, muy delgado, muerto. El amor que sentía por él no me permitió continuar con mi vida diaria, ni siquiera David, el único hermano que me queda, quería ni acercarse a mí. Decía que la muerte de Luis fue por mi culpa.

Aunque no quiero que sus palabras me afecten, lo han logrado. Se me han quedado grabadas en el cerebro. Cada segundo que pasa, me siento más y más culpable. David tiene razón: nunca debí dejarles solos.

No creo que nadie me pueda perdonar, ni siquiera Dios.

Estoy en el lugar más maravilloso del mundo. Aun así, no soy feliz. No creo que este sea mi sitio. Se supone que este es mi propio país de las maravillas. Un mundo único en el que me siento bien, feliz, en familia, donde todos mis seres queridos aún están conmigo. Pero este no es mi verdadero lugar ¿Vale la pena seguir con tanto sufrimiento?

Cada vez me aproximo más a esa pequeña luz blanca al final de la oscuridad. Tengo dos opciones: seguir atrapada en la negrura o ir hacia la luz. Ya nada peor puede pasarme, estoy casi segura de que ese será mi lugar, mi verdadera patria. Por fin podré convertirme en esa Alicia que decide cómo y quién está con ella.

Me siento muy cansada. Sólo quiero llegar a la luz. Quiero llegar al final. Quiero abrazar a mamá, que parece la única persona que desea estar a mi lado.