XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Lo peor del fin
de semana 

José María Abadía, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Lo peor que me puede pasar un fin de semana es que todas mis hermanas y mi madre decidan salir de compras, pues detrás de mi madre siempre va mi padre, y detrás de él… yo, que al ser el pequeño de los diez hermanos no tengo otro remedio que acompañarlos. Aunque es cierto que mi padre y yo podríamos aprovechar esas horas para visitar otras tiendas de nuestro interés o, incluso, para hacer un plan más interesante que curiosear por los comercios, no me queda otro remedio que seguir a las chicas, lo que me acaba obligando a sentarme en el suelo, a quedarme en pie junto al mostrador, acarreando bolsas, o cerca de los probadores. En todos esos casos, muerto del aburrimiento porque tengo que responder cuando mis hermanas salen de las cabinas con la ropa que dudan si comprar o no, y con la sempiterna pregunta: <<¿Me queda bien?>> o <<¿Cuál te gusta más? ¿Esto o aquello?>>. Tras mi desapasionado <<Sí>> y <<Lo que prefieras>>, me cae un chaparrón: <<Siempre que te pregunto, me dices lo mismo. ¡No sirves para venir de tiendas!>>.

Supongo que lo que me sucede es lo normal, es decir, lo que tiene que pasarle al pequeño en cualquier familia, sea numerosa o no. Además, comprendo que las chicas se merecen disfrutar de esos momentos, como lo merecemos los chicos cuando la televisión retransmite un partido de fútbol en el que juega el Real Madrid contra el Zaragoza, por poner un ejemplo, porque no hay nada comparable a ser testigo de un nuevo triunfo del equipo merengue. 

Lo que he narrado es la realidad, al menos la de mi casa. Para mi madre y mis hermanas no hay actividad de fin de semana comparable a salir de compras, hablar sobre qué actor es más guapo o pasar por la peluquería (algo que no entiendo para qué les sirve, pues cuando vuelven apenas ha cambiado de aspecto). 

Cuando dejo a un lado mis planes para acompañarlas, termino por pensar que no debería haberlo hecho, ya que por ser varón no cuentan conmigo cuando hablan de “sus cosas”. Dada mi experiencia, si el lector se encontrara en parecido atolladero, le diré que lo primero de todo es relajarse para no explotar, lo que empeoraría las cosas. Y si no reconocen el esfuerzo, mejor es mirar hacia otro lado y entretenerse con otra cosa. Eso sí, si tu madre te echa una regañina, recomiendo no mirar a otro lado, para no llegar a casa con el moflete colorado.

Además, todo tiene su recompensa: al final de la jornada sabatina llega, por fin, lo que llamo ‘’la calderilla’’, que no tiene nada que ver con recibir dinero sino con el momento en el que, después de cuatro horas en el centro comercial, ante el cansancio y el aburrimiento, mi padre, mi madre o mis hermanas anuncian: ‘<<Vámonos merendar, José María, que te lo has ganado’’. Entonces me alegro al ver que lo peor del fin de semana ha llegado a su fin. Al menos, por el momento.