IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Lolo color azul

Karla Erauzkin, 14 años

               Colegio Vizcaya  

Lolo era un niño rojo cuyo pueblo y entorno eran todo de color rojo. Un día empezó a llover y en el pueblo de Lolo todos corrieron a resguardarse, pero el pequeño estaba solo y desorientado, no sabía a dónde ir, así que, resignado, se tumbó en el suelo y se durmió. Cuando despertó de su pequeña siesta, se encontró rodeado de gente murmurando, señalándole y mirándole de manera despectiva. Entonces se frotó los ojos y cuál fue su sorpresa al descubrir que tenía las manos azules. ¡Todo su cuerpo se había vuelto azul! Descubrió a su padre entre la gente y corrió a sus brazos, pero sólo por la expresión de su rostro, Lolo intuyó que algo no iba bien. Se atrevió a preguntar qué era lo que le había ocurrido. Entonces su padre lo estrechó entre los brazos con fuerza y le pidió perdón al oído. A Lolo esas palabras le provocaron un profundo escalofrío. Acto seguido su padre le apartó de un empujón, mezclándole entre la muchedumbre y diciéndole que se fuese, que no volviese nunca más, que buscase el pueblo de su color azul. Lolo, dolido por aquel desprecio y sin entender qué le había ocurrido, se marchó del que hasta entonces había sido su hogar.

Recorrió muchos otros pueblos y en todos ellos fue rechazado y un día se dio por vencido, pensando que nunca encontraría un lugar en el que le quisieran. ¿Es que no existía otra gente de color azul? De pronto apareció una mujer verde, se inclinó ante el muchacho y le animó a que le acompañase a su aldea. Lolo, extrañado por tanta amabilidad de parte de una persona de otro color, preguntó el nombre a la simpática mujer, que se llamaba Violeta.

Lolo no estaba seguro de si debía seguir a Violeta. Había sufrido mucho a manos de los hombres y ya nadie le inspiraba confianza. Pero, al fin y al cabo…, ¿qué otra solución le quedaba?

Le preguntó a la mujer si en su pueblo no importaba el color de la piel, pues él era un niño azul y ella era verde. Violeta le contestó que en absoluto, que en su pueblo todos eran de distintos colores pero que a todos se les consideraba personas por igual, y como tales se respetaban los unos a los otros.

Al llegar al pueblo el pequeño Lolo se quedo maravillado de tanto colorido y de la paz que se respiraba en aquel ambiente. Después de mucho tiempo volvió a sentirse libre, satisfecho, como en casa, a pesar de que apenas llevaba unos minutos allí. Pero todos le aceptaron sin problemas, y con ellos vivió Lolo el resto de su vida sin preocuparse nunca más de su color ni del color de los que le rodeaban.