XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Los cascos
Isabel Adalid, 16 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
Imaginemos una chica en un país desconocido que no sabe cómo llegar a la plaza mayor. Antaño habría preguntado a cualquier transeúnte, del que le hubieran bastado unas pocas instrucciones (primero a la derecha, después sigues todo recto hasta llegar a una placita. Entonces hay que cruzar la calle y tirar a la izquierda…) para alcanzar su meta. Hoy, debido a Google Maps, pedir ayuda a un desconocido parece fuera de lugar. Además, puede que los lugareños tampoco logren explicar el recorrido. Entre otras cosas, la chica cualquiera puede encontrarse con que todos los paseantes van y vienen con los cascos puestos, ajenos al mundo que les rodea.
Ahora que todos estamos interconectados constantemente, buscamos el aislamiento poniéndonos música para acallar el mundo, pero puede que la música esté haciendo que nos perdamos los matices de la vida que le dan tanta exquisitez. Esto no es una alabanza al silencio, es una alabanza a los sonidos propios de cada lugar. Si un trotamundos se pusiera unos cascos, no apreciaría el parloteo alegre de España, el rodar de las bicicletas de Ámsterdam o el sonido de la lluvia cayendo sobre las aceras de Londres.
He de reconocer que soy la primera que anda de acá para allá enchufada a los cascos, pero en una ocasión puse el oído para escuchar una conversación entre dos desconocidas que me enseñaron a mirar el lado bueno de una situación que a priori parece negativa: una de ellas le contaba a la otra que había tenido la <<mala suerte>> de visitar la Alhambra un día que los leones de piedra no estaban allí, ya que los estaban restaurando. La otra le respondió: <<No te apures, chiquilla; piensa que eres una de las únicas personas en el mundo que ha visto el palacio sin sus leones>>. Mi primo, que estaba a mi lado, no se enteró porque estaba enfrascado en “Highway to hell”, de ACDC, por vigesimoquinta vez. Por culpa de la música, se perdió aquella aleccionadora conversación.