XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Los clásicos
Ana María Miranda, 17 años
Colegio La Vall (Barcelona)
¿Quién no ha sentido alguna vez que la lectura de un clásico era demasiado osada para sus fuerzas? No me cuesta reconocer que también yo he repudiado a los clásicos. Solo de pensar que iba a tener que leerme una novela del Siglo de Oro español, una obra de teatro de Shakespeare, una novela de alguno de los autores rusos del siglo XIX o, por rizar el rizo, el relato acerca de las guerras entre dos ciudades de la antigua Grecia… sentía que caía sobre mis hombros el peso de una pereza insalvable. Y no solo por considerar que aquellas tramas no iban conmigo ni tenían nada en común con el mundo en el que vivo, sino porque no me sentía preparada para entregarme a una manera de escribir que nada tiene que ver con mi manera de expresarme.
Pero el tiempo y la experiencia han terminado por hacerme entender que, cuando al fin vences tus reticencias y aceptas el reto de un clásico, cuando abres la primera página, cuando lees con atención las primeras palabras… desaparece esa prevención amarga que te ha hecho rechazarlo.
Uno de los libros que me hizo valorar a los clásicos fue “La vida sale al encuentro”, de José Luis Martín Vigil, una novela en la que se cuenta el paso de la adolescencia a la madurez de un chico de catorce años. Leyéndola me di cuenta de que la grandeza de un escritor no se encuentra en sus historias, que también, sino en su manera de contarlas, de captar los sentimientos de los personajes y de plasmarlos en un papel.
Poco a poco, leyendo sin prisa, las palabras cobran vida. Ya no hablamos de simples historias, sino de experiencias e incluso de lecciones de vida.
A los que les gusten la acción, las aventuras y el sentimiento de saber qué pasa en la página siguiente, les esperan Dickens, Julio Verne o Mark Twain. Para aquellos que sienten con palabras, que van más allá de una primera lectura y que buscan la belleza en cada verso, quién mejor que Bécquer, Machado o Salinas para despertar sus sentimientos más íntimos. Y por último, para aquellos que además de leer una obra necesitan verla representada, están los insuperables Shakespeare, Calderón o Lope de Vega.
Quién iba a decirme que los clásicos están cargados de novedad.