VII Edición
Curso 2010 - 2011
Los contrabandistas
de animales
Aleix París, 16 años
Colegio Cardenal Spínola (Barcelona)
-Pero, ¿dónde se habrá metido Carlos? –se preguntaba Gloria, impaciente como siempre-. ¡Ya debería haber llegado!
Poco después, vio avanzar la lancha por el solitario puerto. Transportaba especies animales en peligro de extinción. Bajo el amparo de la noche, las vendían en el mercado negro. Gloria coordinaba las operaciones.
-¡Ya era hora! Ahora amarra la lancha y lleva los “regalos” al almacén.
El viejo almacén era una fábrica aparentemente abandonada, cerca del mar, donde se guardaban las especies en pésimas condiciones hasta encontrar compradores. Sus mediadores eran personajes de la mafia u otro tipo de delincuentes con acceso a personas de alto poder adquisitivo.
-Debes vigilar mejor; la policía podría empezar a sospechar si dejamos rastros o si no cumplimos el horario. No quiero que te vuelvas a retrasar, ¿entendido?
-Lo siento -respondió Carlos-. Pero traigo buenas noticias: en breve nos podremos deshacer de los “regalos”. Un contacto quiere comprar todo el envío.
Carlos tenía muy claro lo que hacía y el peligro que comportaba, pero era pobre y necesitaba mantener a su familia. En cambio, Gloria no daba importancia a la ilegalidad del delito. Por si fuera poco, repartía con desigualdad los beneficios entre los miembros de la banda.
A medida que pasaban los días, crecía la preocupación de Carlos. Intentaba involucrarse en la organización de las operaciones y distraer sus pensamientos, pero Gloria era consciente de su carácter y lo miraba con desconfianza.
No era el único miembro de la banda que estaba harto de la tiranía de aquella mujer. Juan, su amigo de la infancia, compartía la misma opinión. Hablaban a escondidas mientras navegaban con la lancha. Decidieron que había llegado el momento de abandonar el contrabando, aunque no podían dar aviso a la policía porque también los detendrían a ellos. Idearon un plan para la noche siguiente y lo comunicaron a sus colegas.
Carlos se quedó en el almacén junto a Gloria mientras esperaban a que Juan y los demás trajeran nuevos ejemplares en la lancha. Como de costumbre, llegaban a puerto con retraso. Gloria se enfureció.
Telefonearon a Gloria. Tenían problemas con el motor y necesitaban su ayuda. Furiosa, subió a otra embarcación para ayudarles. Carlos, una vez se quedó solo, metió en su automóvil las jaulas de los animales que permanecían en el almacén, para llevarlas al zoo. En cuanto dejó al último de los ejemplares, escapó de la ciudad con su familia.
Cuando Juan y los demás vieron acercarse a Gloria, huyeron mar adentro y se fueron para siempre de la ciudad. Ante la imposibilidad de perseguirlos, pues la lancha de repuesto era más lenta, la mujer regresó al viejo almacén y descubrió la treta.
Pocos minutos después, un coche patrulla la alumbró con sus faros.