XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

Los juguetes 

Nicolás Carretero, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

El accidente ocurrió por la mañana. Pablo estaba en su habitación, pisó un juguete y cayó de bruces contra el suelo, dándose un fuerte golpe en la cabeza. Alertados por el llanto del niño, sus padres acudieron desde el salón. Se sobresaltaron al descubrir que se había hecho una brecha en el cogote y que sufría convulsiones.

–¡Corre! –le pidió la mujer a su esposo–. Tenemos que llevarlo a un hospital.

Una vez en Urgencias, los médicos condujeron a Pablo a una sala oscura donde comenzaron a hacerle pruebas. Al rato, se despertó desorientado: no sabía en dónde estaba ni qué le sucedía. Consiguió distinguir la figura de una mujer. Aquella extraña se puso a llorar y lo abrazó. Entonces Pablo gritó pidiendo ayuda. Acudieron los médicos, alarmados, para calmarlo.

–Pablo, soy yo, mamá –dijo la mujer–. ¿Me reconoces?

El niño negó con la cabeza. 

–Es mejor que el pequeño se quede solo con nosotros –le comentó una enfermera.

La madre salió al pasillo con una terrible sensación de vacío: su hijo la había olvidado.

Horas después, Pablo escuchó una tenue voz que provenía del otro lado de la puerta. Invadido por la curiosidad, se levantó de la cama a pesar de sus magulladuras. Una vez en el corredor se topó con la extraña mujer, y una cálida brisa recorrió su cuerpo. Sin saber por qué, la reconoció: 

–¡Mamá!...

Se abrazaron y salieron en busca de los médicos, que después de una última y detallada observación del paciente, le dieron el alta.

Una vez en casa, Pablo se fue a dormir. A media noche abrió los ojos porque en sueños acababa de escuchar una voz parecida a la del hospital, aunque esta vez era más grave, pero con la misma dulzura. Se levantó de la cama y salió en busca del propietario de la voz. En el salón descubrió a un hombre, que sentado en una butaca leía el periódico. Como no sabía quién era, se le acercó con intención de preguntarle por su identidad. Y otra vez la brisa invadió su cuerpo y, cuando quiso darse cuenta, lo reconoció: era su padre. 

A la noche siguiente la familia se reunió para celebrar que Pablo estaba bien. Cenaron los platos favoritos del niño y, a continuación, vieron una película, aunque no pudo evitar quedarse plácidamente dormido entre ellos.

Se hizo de día y Pablo se despertó con una jaqueca muy fuerte. Al abrir los ojos, se sintió confuso: no sabía en dónde estaba.

–Tranquilo, Pablo –oyó a su padre–. Mamá y yo estamos aquí.

A pesar de la desorientación, esas palabras le produjeron mucha paz. Cuando el fuerte dolor de cabeza se disipó, se quedó dormido.

Días después todo había vuelto a la normalidad. Hasta que sus padres le dieron una alegre noticia: iba a tener un hermano. El niño llenó de alegría, los miró con cariño antes de decirles:

–No os preocupéis; me aseguraré de que nunca queden juguetes desparramados por el suelo.