XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Los misterios del Paraíso 

Nahia Zapatero, 16 años

Colegio Ayalde (Vizcaya)

Abrió los ojos y los centró en el vasto paisaje, demasiado bonito para ser real, por lo que volvió a cerrarlos para que las suaves manos del sueño la transportaran de nuevo a la realidad. Después de varios minutos, se dio cuenta de que aquello era cierto, por lo que se limitó a admirar las extravagantes formas y colores que la rodeaban. Nunca había visto aquellos árboles de copa dorada que parecían luciérnagas, ni las cascadas que caían sobre unas islas flotantes, cuyo chorro de agua parecía no acabarse nunca. 

Decidió hacer memoria para averiguar cómo había llegado. Le llevó mucho esfuerzo, pero tras unos minutos de agonía mental consiguió recordar. Recordó que le envolvió una enorme alegría cuando recibió un diploma en un auditorio repleto de familias. Supuso que había sido durante el acto de graduación, en la universidad. También le vino a la memoria un rato que pasó con sus compañeros de facultad mientras su madre se marchaba a casa. Poco después fue en coche a comprar alguna comida antes de reunirse con ella. Algo no salió bien: un vehículo azul marino sin matrícula le seguía desde hacía un rato. Aceleró y el vehículo también lo hizo. Tras una rápida persecución, su coche se salió de una curva, perdió el gobierno del volante y todo se tiñó de oscuridad. 

Horrorizada, abrió los ojos de golpe, se levantó de un brinco y se situó en el centro de la base de piedra en la que se encontraba, en busca de una mejor perspectiva de aquel maravilloso lugar. Habló una estruendosa voz: 

–Valentina, ¡actúa! 

«¿Valentina?...», se quedó desconcertada. «¿Será ese mi nombre?... ¿Quién ha hablado?», observó hacia todos los lados. «¿A qué se refiere con que actúe?».

Enseguida se le encendió una luz y lo entendió: a un lado de la piedra había un agujero tan profundo que no logró ver el fondo. Al otro, un sendero con encantadores arbustos, en los que se posaban aves de colores vivos que entonaban una hermosa melodía. 

<<¡Debo elegir un camino! Pero, ¿cuál? Si esto es un sueño, aceleraré su fin si salto al hoyo>>, se planteó.

Decidió saltar, sin pensárselo más, al vacío. Tras caer por la oscuridad, unas alas blancas la envolvieron justo antes de llegar al fondo, y la subieron para dejarla de nuevo sobre la base de piedra. 

–¡Enhorabuena! Has superado la prueba –le felicitó un extraño, que llevaba unas vestiduras de un blanco puro, al igual que sus alas. 

–No entiendo nada –le confesó con angustia–. ¿Dónde estoy? Y… ¿quién eres? 

–Estás donde debes estar, Valentina –le dijo otra voz desde detrás de uno de los arbustos. Al mostrarse a la luz del sol, resultó ser una mujer que también vestía una túnica, poseía unas alas blancas y lucía una hermosa sonrisa de orgullo–. Y nosotros seremos tus guías. 

Valentina se sintió desfallecer, pues entendió que había muerto. Aquellos seres eran los jueces que iban a valorar cómo se había comportado en la vida que había dejado atrás. Ante el tropel de pensamientos que le inundaron la cabeza, el ángel que le había salvado le tendió una mano.

–Vamos, nos esperan en la escuela –le dijo.

La muchacha alzó la cabeza y descubrió una catedral gótica suspendida sobre unas nubes esponjosas. Un flujo de sentimientos encontrados se cruzó en su interior. Durante un fugaz y alentador instante, sintió que pertenecía a aquel lugar. Y que los secretos que escondía iban a serle revelados. Así que tomó aire y trazó una sonrisa antes de responderle, cogiéndole de la mano:

–Adelante.

Ambos comenzaron a caminar.