IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Los panes de Roma

Charles Breeze, 17 años

                  Colegio Irabia (Pamplona)  

Horacio paseaba nervioso de un lado a otro de la habitación. “¿Vendría Ezequiel?”, pensaba. Estos días en Roma nadie sabía qué podía pasar. Las calles se habían poblado de una locura incontrolable. Incluso...

-Salutem plurinam! -gritó Ezequiel, siempre impulsivo, tras abrir de un golpe la recia puerta de roble-. Aquí me tienes, Horacio. Conseguí escapar ileso de la matanza.

-¿Traes lo que te pedí? -preguntó tenso tras el largo tiempo de espera.

-Aquí tienes.

Ezequiel entregó a Horacio un atado de panes envueltos en paños que desprendían un cierto olor a incienso. Horacio los recogió con sumo cuidado y los colocó en una cesta que tenía preparada. Acto seguido llevó la cesta escaleras abajo. Tras surcar varios pasadizos llegó a una estancia oscura, escondida en las entrañas de la tierra. En el rincón más profundo de la habitación escondió la cesta.

“Allí estará segura”, pensó. “Ezequiel es buen chico, joven e impulsivo, que no comprende todavía la doctrina de Cristo. Sin embargo, admiro su valentía. Hay que ser muy audaz para adentrarse en Roma en estos tiempos turbios de la furia del emperador Nerón”.

Subieron ambos a la terraza del domus. Desde allí observaron las llamas que prendían la urbe distante que, como doloridos lamentos ante la ingratitud de sus hijos, se elevaban hacia el cielo del atardecer.