VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Los piratas existen

Desiree Arocas, 14 años

                Colegio IALE (Valencia)  

Todos los días esperaban la salida del colegio para unirse en la casa abandonada, en donde dejaban volar su imaginación. Unas veces eran caballeros con armaduras fabricadas con latas, cazuelas y cartones que encontraban por la calle; otras veces eran antiguos ninjas preparados para el ataque en cualquier situación, pero lo que más les gustaba ser era piratas.

El grupo estaba compuesto por cuatro niños y dos niñas, todos ellos de 7 años. Todo valía en sus viajes por tierras lejanas. Sus veleros eran cajas de madera cubiertas por velas de sábanas blancas, timón de porcelana y cordones de sus zapatos gastados en las múltiples aventuras que habían vivido.

Siempre empezaban juntos los viajes imaginativos. Al llegar al puerto de su fantasía, entraban en el barco, se vestían de piratas con viejas ropas y alguna pata de palo. Y nunca les faltaba el ron de leche.

El fin de semana, insistían en ir a la playa para que su barco pudiese zarpar, pero sus padres creían que con la casa abandonada tenían bastante, hasta que un día decidieron hacer realidad su sueño.

La playa aquel día estaba preciosa: el sol brillaba como nunca sobre el agua calma y en las rocas recubiertas de algas, el barco aguardaba a que los niños se mecieran en las olas.

Al bajar del coche, los niños corrieron a la orilla, sintiendo la brisa y el agua fresca en sus pies descalzos. Empezaron a jugar con la arena, buscando un tesoro que algún pirata despistado hubiera escondido. ¡Y lo encontraron!

Entre las rocas, zarandeada por el mar, flotaba una botella. Los niños corrieron a cogerla y la llevaron a la orilla. Una de las niñas quitó el tapón con mucho cuidado. En su interior albergaba un manuscrito y un mapa. La hoja en la que estaba el mensaje, parecía tener muchos años y lucía el sello del pirata Barba Roja.

Los niños no podían creer lo que habían encontrado y fueron a enseñárselo a sus padres. Cuál fue la sorpresa de estos al ver que se trataba de un simple trozo de papel. Al crecer habían olvidado la capacidad de imaginar.

Siguieron con su aventura, ajenos al escepticismo paterno, y decidieron leer el contenido del mensaje.

“YO, BARABA ROJA, COMO PIRATA DE LOS SIETE MARES, EMPLAZO A QUIEN LEA ESTE MESAJE A QUE, CON LA SÉPTIMA LUNA DEL DÉCIMO PRIMER MES ACUDA A LA PUESTA DE SOL Y CIERRE LOS PÁRPADOS DURANTE UN MINUTO. ASÍ PODRÁ FORMAR PARTE DE MI TRIPULACIÓN Y PARTICIPAR EN LA BÚSQEDA DEL TESORO QUE JUNTO A MIS MARINEROS ESCONDÍ EN LA ISLA DE LA FRIALDAD”.

Los niños se quedaron fascinados y decidieron acudir al encuentro sin decírselo a sus padres. Contaron cada minuto que faltaba para la cita y se prepararon a conciencia, recogiendo ropa, comida y cualquier utensilio que les pudiese servir en su travesía.

Cuando llegó la fecha señalada, tomaron el autobús de línea que iba a la playa. Llegaron al acantilado y esperaron a la puesta del sol. Al caer la noche, a lo lejos empezaron a ver una pequeña luz que se acercaba poco a poco. Estaban muy nerviosos. Poco a poco entrvieron el perfil de un galeón con una gran vela mayor y la bandera negra con las dos tibias y la calavera.

Se había alzado la niebla, por lo que les sorprendió el repiqueteo de la pata de palo de Barba Roja, quien les invitó a subir a cubierta para vivir la mayor aventura.

En la playa, los niños dejaron un mensaje:

“LOS PIRATAS EXISTEN SIEMPRE QUE UNO CREA EN ELLOS”.