XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Luna enamorada 

Joaquín Tramontana, 16 años

Colegio Santa Margarita (Lima, Perú)

En el Bosque de los Astros, donde la brisa movía los planetas, las estrellas y los satélites, vivía una muchacha llamada Luna, de piel blanca como la nieve. Luna era reconocida por su luz resplandeciente, que brillaba en la oscuridad como ninguna otra. Además, era apreciada por su personalidad amigable.

Sin embargo, había una estrella que eclipsaba su brillo. Se llamaba Sol y era el astro más grande y luminoso del bosque, lo que le hacía destinatario de muchas cartas de amor por parte de los demás luceros, que lo conocían como al “Galán de los Astros”.

A Luna también le maravillaba Sol por su belleza extraordinaria. En cuanto lo descubrió, empezó a vestirse con sus mejores ropas y se esforzó para que creciera su intensidad. Incluso dejó de pintar océanos con el fin de no mancharse, lo que la entristecía, pero estaba dispuesta al sacrificio con tal de entrelazar sus dedos con los del astro.

Los chismes de las estrellas acerca de los amoríos de Sol se iban esparciendo por la bóveda del Bosque. Cuando Luna escuchó esos cuentos, creyó que tenía que seguir cambiando su aspecto para conseguir alguna mirada del astro. Eso sí, como Luna no se animaba a hablarle a causa de su timidez, decidió modificar algunos aspectos de su personalidad. Entre otras cosas, por causarle una sensación delicada, dejó de reírse a carcajadas a cambio de una sonrisa sutil. También decoloró su brillo, palideciéndolo.

Un día, después de finalizar una larga jornada en la que alteró la fuerza gravitacional de los océanos que humedecían la Tierra, su mejor amiga, Sol pasó por delante de Luna y la saludó. Se quedó emocionada, pues era la segunda vez en aquel año que sus miradas se cruzaban. Perdidamente enamorada, entendió que sus esfuerzos rendían frutos.

Días más tarde, mientras paseaba junto a Tierra por el Bosque de los Astros, el satélite observó a Sol cuando entrelazaba sus dedos con los de otra estrella. Abrumada, echó a correr hasta lo más profundo de la arboleda, en donde se escondió para llorar. No entendía por qué Sol no le regalaba una mirada si ella cumplía todos los requisitos para gustarle. ¿Acaso no había percibido sus esfuerzos? ¿Acaso sus arreglos de personalidad no habían valido la pena?

Se le acercó Tierra para decirle:

–Luna, estás equivocada. No tienes por qué cambiar para gustarle a alguien, cuando ese alguien no percibe tu brillo interior. 

El satélite entendió entonces que nunca debió hacerse aquellos “arreglos”, pues era perfecta con todos sus defectos. Su risa burlona expresaba su gracia. Además, su gusto por dibujar océanos la salpicaba con manchas de pintura que eran puro adorno.

Poco a poco la herida en el corazón de Luna cicatrizó. Había aprendido que no merecía la pena cambiar su brillo por tratar de conquistar a quien no era capaz de valorarla.