XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Luz desvanecida
María Torregrosa, 16 años
Colegio Altozano (Alicante)
Era dieciséis de diciembre y, como todos los años, invitó a toda la familia a comer para celebrar su cumpleaños. Por tradición siempre vamos al mismo restaurante, en el puerto, que sirve unas paellas de marisco para chuparse los dedos. No tenemos necesidad de reservar, porque la verdad es que nunca hay mucha gente, y menos entre semana; pero para nuestra sorpresa, cuando entramos en el restaurante aquel día, nos lo encontramos lleno. Aún así, mi padre se acercó a la barra y preguntó si había posibilidad de conseguir una mesa para seis.
—Lo siento, imposible —le respondió el camarero—. Hasta el lunes veintiséis de diciembre está todo reservado.
Lourdes, mi hermana pequeña, preguntó:
—¿Pero por qué está hoy todo tan lleno?
—Porque la Navidad se acerca y las empresas organizan sus famosas comidas —le respondí.
Después de mirar al interior del comedor, Lourdes me observó con el ceño fruncido:
—¿Estás segura? Yo no creo que esto tenga nada que ver con la Navidad. Si así fuera, esta gente cantaría villancicos e invitaría a comer a ese pobre chico que pide comida ahí enfrente —señaló hacia el puerto—. No sé; se notaría una alegría distinta.
Mi hermana tenía razón: por desgracia, era cada vez mayor el número de personas que desconocían que el sentido de la Navidad era algo más profundo que gastar buena parte del sueldo en comilonas y regalos…
—Además —añadió Lourdes—, es de locos. Es como si yo fuera a una fiesta de cumpleaños sin conocer al cumpleañero. ¡No tiene ni pies ni cabeza!
No hubo forma de que mi hermana comprendiera lo que ocurría. «Ni yo tampoco lo entiendo mucho», pensé, «tiene poco sentido esto de alumbrar pueblos enteros con cantidad de luces y celebrar montones de comidas y cenas, cuando la verdadera luz de la Navidad, que es Jesús que nace, no parece brillar por ninguna parte».
Ese día nos tuvimos que ir a comer a otro sitio, un pequeño restaurante, muy coqueto, donde le cantamos a mi abuela el cumpleaños feliz a voz en cuello.
—Bueno —le dije al salir a mi hermana— tú y yo tenemos que seguir hablando de esto de la Navidad.
Y le di un beso. ¡Qué mayor se estaba haciendo!