XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Luz

Juan Pedro Gálvez, 18 años

              Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Creo que se subió al autobús dos paradas después que yo, aunque no me di cuenta, enfrascado como estaba en mi lectura, hasta que se sentó al otro lado del pasillo. Lo primero que me distrajo fue su perfume, una leve fragancia a flores. La miré de reojo y descubrí su rostro pecoso enmarcado por una melena pelirroja. Antes de que pudiera darse cuenta de mi curiosidad, bajé los ojos a la novela y me pregunté de qué la conocía.

Le oí abrir su mochila, de la que sacó un libro también. Era el mismo que yo tenía. De reojo la miré de nuevo (aunque solo por un instante), iluminada por la luz del atardecer que entraba por las sucias ventanas, y me volvió a golpear ese aire familiar.

Intenté retomar la lectura, pero la vista se me iba una y otra vez a ella. Pensé que podía preguntarle si nos conocíamos de algo, o qué le parecía la novela que ambos estábamos leyendo… cualquier cosa con tal de dirigirle la palabra. Pero no lo hice, por timidez, así que seguí tratando de leer, aunque en realidad no pude concentrarme.

–¿Te está gustando? –me preguntó ella de repente.

Me sobresalté; casi se me cae el libro al suelo. La miré de frente por primera vez y descubrí sus ojos, de un verde intenso, que contrastaban con su pelo y resaltaban sus pecas.

–¿El qué? – pregunté, sorprendido y sin pensar.

–El libro –contestó con un gesto extrañado.

<<¡Claro que me gusta!>>, pensé, sonrojándome un poco y bajando la mirada.

–Ah… em… –tartamudeé–. Sí, está bastante bien.

–Yo me lo acabo de empezar y me parece un poco confuso. Hay demasiados personajes y no me estoy enterando de nada –se rio.

–A mí me pasó lo mismo, pero más adelante lo entenderás –le expliqué, algo más seguro de mí mismo.

–Perfecto entonces.

Nos sobrevino un silencio un poco incómodo, interrumpido solo por el traqueteo del bus. Pensé preguntarle sobre la sensación de conocerla, pero se me volvió a adelantar.

–Nos conocemos de algo, ¿no? – preguntó, un tanto insegura.

–Creo que sí, pero no se de dónde –respondí.

–Lucía. Pero me llaman Luz. ¿Y tú?

–Martín.

–Me suena mucho, pero no consigo recordar de qué.

Seguimos hablando de cosas poco importantes y después le expliqué algunos detalles de la novela. Enseguida la conversación decayó y cada uno seguimos leyendo por nuestra cuenta. 

Aunque me moría por hacerlo, no volví a mirarla. Oí que cerraba la mochila. Dos paradas más tarde se bajó. 

No fue hasta que llegué a mi destino que descubrí en su asiento una pequeña hoja de papel. Curioso, la recogí para leer lo que había escrito. Era un número de teléfono, en letra cursiva y apretada. Debajo de las cifras había una sola palabra: <<Luz>>.