XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
Manto oscuro
Cayetana Cambra, 15 años
Colegio Peñalvento (Madrid)
–Buenas noches, bienvenida a Discos V&B. ¿Qué desea?
Yago levantó la mirada desde el mostrador. En la puerta se encontraba una chica que aparentaba más o menos su edad, que se dirigió hacia las estanterías, ignorándole. Se pasó diez minutos ojeando discos bajo la atenta mirada del dependiente. A la luz de los pequeños focos de la tienda, Yago observaba el brillo de los auriculares de su clienta, de los que salía una música trepidante.
El dependiente se le acercó por detrás.
–Perdona –tocó el hombro a la desconocida–. ¿No crees que tienes la música muy alta? La estoy escuchando desde aquí.
La chica se quitó, los auriculares, malhumorada.
–¿Y tú no crees que si los llevo puestos es para no escuchar otra cosa?
¬–Bueno, en teoría son para disfrutar la música con mejor calidad. Así solo consigues distorsionar el sonido –dibujó una pequeña sonrisa arrogante.
–¿Y a ti que te importa? Se supone que eres el encargado de esta tienda, no mi padre – le respondió, echándole otra mirada hostil.
–No soy tu padre, pero me intereso por mis clientes. Y, por cierto, ya que eres la primera persona que entra en el local en esta noche, permíteme que te ayude… ¿Buscas algo en concreto?
La irritación desapareció del rostro de la muchacha, que soltó una risa no esperada. La amabilidad del dependiente le había alegrado de pronto.
¬–No estoy buscando nada en concreto. Es que no tengo nada mejor que hacer – le reconoció, avergonzada
–¿Confías en mí? –se atrevió a retarla. Y sin su confirmación la tomó de la mano y la condujo por unas escaleras a la trastienda–. Por cierto, soy Yago.
–Amaia; encantada.
Subieron varios tramos de escalera. Al final de un pasillo había una puerta que Yago empujó. Inmediatamente la brisa nocturna les acarició la cara. Estaban en la azotea del edificio, desde la que se dominaban los tejados de la ciudad.
Amaia escuchó un ruido a su espalda.
<<¿Cuánto tiempo llevo aquí, ensimismada?>>.
Captó un movimiento. Era Yago, que se acercaba peligrosamente hacia el borde.
–¡Oye, espera! –dijo, asustada–. No te irás a tirar, ¿verdad?
Una risa melodiosa salió de la boca del joven:
–Tranquila; me voy a sentar para ver las vistas. ¿Vienes?
Amaia se acercó con recelo. Cuando por fin consiguió sentarse en el extremo del tejado, soltó la respiración que había estado conteniendo. Dejaron que sus pies colgasen al vacío
–¿Sabes? No es así como esperaba terminar la noche de este viernes –reconoció Yago con una mirada divertida–. Pensé que acabaría durmiéndome en el mostrador, sin haber atendido a un solo cliente.
Una duda asaltó la mente de Amaia: ¿Por qué la tienda de música estaba abierta a semejantes horas? ¿Y si ese tipo era un psicópata que fuera a empujarla hacia la acera?
–Sé lo que piensas; no has habitual abrir una tienda de discos por la noche. Cualquiera puede pensar que si nadie va a venir, debo ser un tío mentalmente inestable. Pero… esta noche sí que ha entrado una persona en la tienda –Yago perdió la mirada en el horizonte– ¿Y si bajo la profundidad de este manto oscuro merece la pena que se encuentran dos personas?
–Pues, entonces, valdrá la pena el esfuerzo de venir cada noche para seguir conociéndonos.