VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Me aburro

Nazareth Vargas, 16 años

                   Escuela Zalima (Córdoba)  

-María Jesús, disculpe, pero no he entendido nada de lo que ha escrito en la pizarra– le dije a mi profesora de matemáticas.

-Sería mejor que atendieras antes de interrumpirme –me respondió con lógica.

-Ya. –Me encogí de hombros-. El problema es que las matemáticas me aburren.

Todo lo justificaba con que me aburría... De alguna manera, estaba convencida de estar contagiada por una enfermedad –el aburrimiento- desde que de niña comencé el colegio. La mejor definición de esta patología es mi deseo de terminar toda actividad que recién se ha comenzado. “Me aburro”, ponía por toda excusa al poco de dar comienzo, fuera lo que fuese. Y concluía marchándome o borrándome de aquello a lo que me había apuntado.

Una vez escogí clases de guitarra, pues me encanta la música y quería ser cantante e intérprete en un futuro porque no se me daba mal. Sin embargo, al primer día ya había perdido todo mi interés por la música. Pronuncié la fórmula mágica (<<me aburro>>) y no tardé en convencerme de que la guitarra no estaba hecha para mí.

Algo parecido ocurrió con mi primera cita. Consideré que ya había crecido lo suficiente para no aburrirme de todo lo que hacía, pero tropecé con la misma piedra. El chico se llamaba Juanma, me encantaban sus ojos azules y su sonrisa. De hecho, estaba colada por él. Daba saltos de alegría porque había conseguido una cita con él. Aparecí en el restaurante, nos dimos dos besos. Estaba muy nerviosa. Al principio me temblaban las piernas, luego todo empezó a ir bien hasta que nos quedamos sin tema de conversación.

Bastó un minuto para que empezara a cansarme de aquella situación. No podía hacer nada porque me había invadido el aburrimiento. De hecho, me estaba aburriendo como nadie se podría haber imaginado. Así que las cosas me obligaron a decirle <<adiós>> antes de que terminara la noche. Cuando me preguntó <<¿por qué te vas?>>, solo pude responderle <<Lo siento, pero me aburro. No estamos hechos el uno para el otro>>.

Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que lo que padecía no era normal. Sabía que todo el mundo se aburre alguna vez, pero lo mío era desalentador. Así que decidí acudir a un monje tibetano, para que me ayudara a encontrar <<mi verdadero yo>>.

Cuando llegué a la consulta, me invitó a que me sentara y me preguntó:

-¿Te aburres?

A lo que contesté, convencida:

-Si me hace esas preguntas, si que me aburro.

-¿Alguna vez te has planteado observar lo que haces?

No, aquello no era mi especialidad. Siempre estaba inmersa en lo que tenía que hacer en el futuro, en otro momento, que era mucho más interesante que el presente.

-No. Nunca me fijo en lo que hago -le respondí.

De repente, el hombre se levantó, me miró con el rostro pálido, comenzó a esconder su cara de mi vista, oí unas risas y volvió a mirarme con los ojos brillantes.

-¿Qué ocurre? ¿Por qué se ríe de mí?

-Nada, hija, nada -se secó las lagrimas producidas por las carcajadas que había emitido a mis espaldas.

Me sentía molesta, estaba enfadada y un poco estafada. Le estaba pagando a un hombre que se reía de mis “desgracias”.

-Quiero que me devuelva mi dinero -exigí con el ceño fruncido y más acalorada que nunca.

-Estoy convencido de que en este mismo instante no te has aburrido, ¿a que no? -oí que decía-. Por si aún no te has percatado, tu enfermedad viene derivada de otras enfermedades aún peores. Te lo explicaré; cuando vas a un lugar a hacer algo que no te gusta, por ejemplo, al supermercado, piensas: <<esto es un aburrimiento>>, en vez de pensar <<yo soy el aburrimiento>>.

Era cierto. Nunca pensé que el problema lo tuviera yo, sino que venía derivado de lo que ocurría a mi alrededor.

Me quedé callada y esperé a que el sabio continuara su sermón.

-Tu pensamiento, o tal vez tu ego, no te permite darte cuenta de que tu falta de interés solo depende de ti, no de lo que haces. Cuando te he preguntado antes si te aburrías, tu respuesta ha sido <<sí>>. ¿Te das cuenta...? La clave está en un cambio de perspectiva. La mayor parte de tus problemas son consecuencia de desconocer la responsabilidad que tienes sobre ellos. A partir de ahora, cuando tengas esa sensación de dejadez y pérdida de interés, reflexiona y cambia tu actitud, consciente de vivir el presente, no tu futuro próximo. Ahí está la clave.

Me había quedado con la boca abierta, aunque había algo que no lograba ver con claridad.

-Pero, ¿cómo puedo ser más consciente del presente? Me vengo abajo cuando algo no me gusta -le dije avergonzada por asemejarme a una niña caprichosa.

-Es sencillo: cada cosa que haces es tu vida, cada acción, tiene un sentido y debes involucrarte en él. Lo que estas viviendo ahora es el presente y tu vida está en el ahora, no en lo que harás mañana.

Desde aquella visita he cambiado mi forma de ver las cosas. Prometí no volver a aburrirme y lo he conseguido.