IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Médico de sombras

Ana Aviñó

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Mil callejuelas formaban la ciudad árabe partiendo del zoco central hacia los distintos barrios. En uno de esos callejones la luz de una antorcha dibujaba en la pared las figuras danzarinas de un grupo de niños que rodeaban a un mendigo. El anciano hablaba en susurros y los muchachos escuchaban atentos.

-¿Qué son las sombras...? Se dicen cosas tan siniestras de ellas que no deberían ser escuchadas por oídos tan jóvenes como los vuestros.

El grupo se agitó nervioso ante la amenaza de que aquellas palabras fueran el final de la prometedora historia

-Cuentan en las tabernas -continuó el viejo– que las sombras son los emisarios del diablo, encargadas de arrancarles el alma a sus víctimas. También que son los espectros de los que vagan sin descanso. Pero también se dice que son la esencia de las cosas, que se reflejan en la tierra. Vosotros mismos podéis ver la sombra de la mezquita o del Palacio.

Los muchachos asintieron

-Así pues, ¿qué son las sombras?

La tensión iba en aumento.

-Maestro –se atrevió a susurrar un joven chico–, creo tener la respuesta.

-Si así lo crees –respondió cansadamente el mendigo–, acompáñame y dímela.

El sonido del eco de sus pisadas se agrandó por el callejón mientras ambas figuras desaparecían en la oscuridad.

-Las sombras son los miedos que todo hombre tiene –comenzó el niño con algo de prudencia-. Se esconden en su interior pero se manifiestan en contra de la voluntad de su amo. A la luz del sol se ve con claridad una figura que sigue a la persona haya donde va, pero en la noche la sombra se camufla y da la impresión de haber desaparecido

El brillo en los ojos del mendigo reflejaba el acierto de las palabras del zagal, pero no dudo en rebatirle:

-Según tus palabras, ¿los edificios tienen miedos?

-No. En ese caso las sombras son el reflejo de los miedos del que los construyó.

La mano del anciano cayó afablemente en el hombro de su joven acompañante y de sus labios pronunciaron unas palabras que cambiarían la vida del muchacho:

-Si estás dispuesto a abandonar esta vida, te contaré una historia que ni has oído ni oirás jamás.

Un leve movimiento afirmativo de la cabeza del chico le invitó a continuar.

-Existe una ciencia desconocida, cuyos secretos se guardan celosamente. Hace poco murió mi aprendiz y necesito alguien que ocupe su puesto, alguien con mente ágil en quien confiar. Al oír tu respuesta sé que he encontrado a la persona que buscaba, pero necesito tu consentimiento para ponerte a mi servicio, ya que deberás jurar mantener en secreto todo lo que aprendas hasta que te llegue la hora de transmitirlo.

-Maestro, me pongo a tu entero servicio desde este momento y juro obedecerte.

-En ese caso, empezaremos ahora mismo. Como tu bien has dicho las sombras son los miedos de la gente, que las atemoriza y limita su vida, pero lo que tu no sabes es la existencia de una ciencia que libera a las personas de sus miedos.

-Si eso es cierto –preguntó astutamente–, ¿por qué no he visto a ningún hombre sin su sombra?

-Porque al quitarle sus miedos, les introducimos en el alma una sustancia compuesta de elementos parecidos a los de los miedos pero sin que lo sean. De ese modo, siguen teniendo una sombra pero que es artificial.

-¿Y con el paso del tiempo, vuelven a tener miedos?

-Esperamos que en un futuro ese peligro no aparezca, pero en caso contrario deberíamos repetir el procedimiento.

-¿Quitar los miedos a una persona le hace ser valiente?

- No, porque, y no lo olvides nunca, una persona no es valiente por no tener miedos sino por vencerlos

-Maestro, ¿cuál es el fin que buscamos?

-Nuestro fin consiste en ayudar a las personas y acercarlas a la felicidad.

***

Muchos años después, en un callejón donde la luz de una antorcha dibujaba en pared las figuras de un grupo de niños que rodeaban a un mendigo, este preguntó:

-¿Qué son las sombras?