IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Memoria de mi padre

Rocío Martínez Rodilla, 15 años

                 Colegio Altaviana (Valencia)  

Llegué a mi casa con el corazón no demasiado lejos de los pies. Recordaba el día, la noche en la que una parte de mi vida se marchó sin darle tiempo a despedirse. No para siempre, pensé.

Una lágrima acarició suavemente mi mejilla. Cerré los ojos y, poco a poco, fui quedándome dormida con aquel recuerdo que había robado tanto tiempo de mi tiempo. Como padre me enseño a ser cada día mejor hija, a no perderme por el camino de la vida.

Cuando todo parece ir del revés, cuando nada sale como esperas, cuando te sientes sola pero rodeada de problemas, escucho su “sigue adelante, yo estoy contigo”. Oigo su voz y me acuerdo de su risa. Me imagino su cara, sus manos. Ahí está él, cuidando de mí, de la familia. ¿Qué hay más importante que todo este amor? Siempre estuvo presente en mi niñez, tomándome de la mano.

Él y mi madre fueron ejemplo perfecto de amor correspondido, de sinceridad, de fidelidad. Y será verdad eso que dicen, que no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes. Pero estoy segura de que no lo he perdido, de que está aquí, ahora mismo, a mi lado mientras escribo estas palabras.

¡Cuánto le echo de menos! Tan solo era una niña cuando él murió, llena de sueños, de fantasías, con toda una vida por delante para compartirla con la gente que quiero, con él. Y aunque aun me cueste entenderlo y aunque de vez en cuando me olvide de que no está aquí, todo sucede por alguna razón misteriosa.

Han pasado casi seis años. Pienso en los veranos y parece que apenas fue ayer cuando me cogía en brazos para darme de comer, cuando me llevaba en bicicleta, cuando intentaba razonar conmigo, una niñita.

Ahora lo veo todo diferente, transformado. Los malos ratos que he pasado me han ayudado a mejorar, a hacerme más fuerte, a darme cuenta de que no todo dura para siempre. Todas estas pequeñas cosas, al juntarlas, forman una vida.