XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Mi cactus 

Mateo Abellanas, 15 años

Colegio El Vedat (Valencia)

Tengo un cactus junto a mi escritorio. Es pequeñito, como si estuviera acurrucado en su diminuta maceta de plástico, pero con arrogancia me muestra sus espinas como si de espadas se trataran. Mi pequeño erizo vegetal se llama José, y es el que vela mis horas de estudio. 

Lo rescaté de un bazar, escogiéndole a él de entre sus incontables hermanos. Lo intercambié por un euro y lo convertí en mi planta de compañía. 

He de admitir que José es extremadamente leal: no hay necesidad de meterlo en una jaula, ya que ni se le pasa por la cabeza la tentación de escaparse. Además, se conforma con poco; de hecho, apenas lo riego. También constituye una agradable compañía, pues nunca habla de más, al contrario que toda esa gente que se mueve a mi alrededor, endiñándome comentarios inútiles e interrumpiendo mi trabajo. 

Yo lo observo con cierta tristeza: no debe de ser muy agradable no hacer absolutamente nada durante todo el día. De hecho, su trabajo consiste en ser, en infinitivo; estar ahí, inmóvil, con la mirada fija en las manecillas del reloj, que corren la maratón diaria hasta que llego y le ofrezco algo más que mirar: mis libros, mis cuadernos, los bolígrafos... Como estoy seguro de que es ambicioso, igual lo trasplanto a una maceta más grande y lo dejo crecer. 

Comparo a José con otras plantas, y me alegro de no ser su dueño. Aquellas son caprichosas, perezosas, presumidas y remilgadas. Piden tierra gourmet, abundante agua, tratamientos cuando enferman y un sitio en primera línea para recibir la luz del sol. Pero luego no les pidas recompensa, porque no son capaces de echarte un buen limón o una granada para llevarte al hocico; ni siquiera de regalarte una flor, por minúscula que sea, con la que alegrarte un poco el día. 

¡Ay, mi José, querido cactus!... Qué bueno que eres.