XIII Edición
Curso 2016 - 2017
Mi heroína
María Torregrosa, 17 años
Colegio Altozano (Alicante)
Me encontraba en Altea, disfrutando de unos días de magnífico puente con mi familia cuando, de repente, sonó el teléfono. La cara de mi madre me inquietó. No sabía muy bien lo que pasaba, pero por sus frases entrecortadas entendí que mi abuela no se encontraba bien. Cuando colgó, nos dijo que se la habían llevado al hospital. No daba crédito; aquello me sonó como algo irreal. Mi abuela había sido fuerte como el acero. Nunca antes se me había pasado por la cabeza que le pudiera pasar algo grave.
Fueron las dos horas en coche más largas de mi vida. Cuando por fin llegamos al hospital, me la encontré tumbada en una camilla, con menos movilidad en el lado izquierdo de su cuerpo y con el rostro fatigado. Después de todo un día en observación, la subieron a planta para continuar haciéndole pruebas. Esa tarde me quedé a solas con ella. Recuerdo lo bien que lo pasamos; me contó algunas anécdotas de cuando mi madre era pequeña. Me las sabía de memoria, pero al escuchárselas de nuevo no pude evitar partirme de risa.
De pronto apareció el médico por la puerta de la habitación 206. Se acercó a la enferma y nos dijo con voz serena: «Deberían de estar dando gracias al cielo, porque solo ha sido un pequeño ictus; se recuperará totalmente y muy pronto».
Aquellas palabras me sonaron a gloria. Creo que nunca había sentido tanta satisfacción y desahogo. Entonces caí en la cuenta de las pequeñeces por las que me solía preocupar o enfadar en exceso (exámenes, notas, discusiones tontas con mi hermana…). Lo que hasta entonces había sido el primer plano de mi atención, pasó a ser algo no tan relevante. Había comprendido que mi abuela no era inmortal, que en un abrir y cerrar de ojos todas las seguridades de la vida pueden desaparecer. Por eso mi abuela es mi heroína, ya que me hizo entender que debemos sonreír incluso cuando las cosas se presentan repletas de dificultades, pues no tenemos derecho a vivir de otra forma.