XI Edición
Curso 2014 - 2015
Miedo a la verdad
Beatriz Jiménez de Santiago, 16 años
Colegio Senara (Madrid)
-Estoy harto de mentir.
-Pues deberías darte cuenta de que la verdad no es siempre la mejor opción. Además, fue idea de ambos. Si me culpan, tú me acompañarás.
-Lo sé; no quiero esconderme. Me da igual que nos lleven a un correccional.
-Tú irás al correccional, yo a la cárcel. Por si no lo recuerdas, el mes que viene seré mayor de edad. ¿Crees que me tratarán igual que a ti? -su mirada destilaba odio-. No dejaré que arruines mi vida.
Sacó la pistola del bolsillo y apuntó a su amigo, que retrocedió.
-¿Ves? -rio cruelmente-.Tienes miedo. Los débiles no logran mantener secretos.
-No soy débil. Aún recuerdo nuestro trato, pero hay que ponerle fin -miró la pistola-. Eso no te pertenece. Devuélvelo.
-Es cierto, es de tu querido padre… -quiso ser irónico-, un policía. Que gran decepción sentirá cuando descubra que su propio hijo le robó la pistola.
Diego se arrepintió de que aquella tarde se le ocurriera llevarse la pistola de su padre para disparar botellas de vidrio en un solar de las afueras. Acordaron que al terminar devolverían el arma a su escondite, pero los padres de Diego regresaron del paseo antes de lo previsto, impidiéndoles concluir su plan sin ser descubiertos.
Por miedo, la ocultaron en casa de Víctor.
Más tarde supo que el comisario amenazó a su padre con abrirle un expediente por perder el arma. Le salvó su impecable historia, que no le libró de una investigación en la que Diego se sintió obligado a mentir en los interrogatorios.
Tenía que solucionar aquella situación.
-Dámela. Mi padre por poco pierde su trabajo debido a tu estúpida ocurrencia. Mi familia lo está pasando mal. Se acabaron las mentiras.
-No pienso ir a la cárcel -quitó el seguro a la pistola.
Diego se abalanzó sobre su amigo y cayeron al suelo. Durante el forcejeo consiguió arrebatarle el arma. Víctor intentó recuperarla y, sin querer, apretó el gatillo.
Un disparo. Un cuerpo inmóvil en el suelo.
-Se acabaron los secretos -dijo Víctor, riéndose débilmente. La bala había atravesado su pecho y la sangre empezaba a teñirle la camiseta. No iba a sobrevivir.
Diego quedó paralizado. El horror le calaba los huesos. Unos segundos después, la adrenalina le invadió y marcó a gran velocidad el número de emergencias.
<<La verdad no siempre es la mejor opción>>, había dicho su amigo, y tenía razón, pero siempre encuentra la manera de salir a la luz.