XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Momentos que mejoran
el día

Ana Santamaría, 15 años

                Colegio Tierrallana (Huelva)  

El autobús se aproximaba a la parada donde estaba Nico. Mientras lo veía llegar, se sintió especialmente bien. Quizá para una persona corriente, eso implicaría haber pasado un buen día o, tal vez, tener muchas ganas de llegar a casa, pero para Nico no contaban ninguna de esas dos opciones.

Lo cierto era que había tenido un día horrible y lo que menos le apetecía en aquel momento era entregarle otro suspenso a su madre. Pero como él no era una persona corriente, mientras subía al autobús se sintió más radiante que ningún otro día.

Se sentó en el sitio de siempre. Mientras escribía a su madre un mensaje con otra mentira que justificara por qué no llegaría a casa aquella tarde —llevaba haciéndolo las últimas semanas—, se sintió culpable. Sin embargo, cuando el vehículo paró y sus pies notaron la arena del camino bajo las botas, sonrió. Aquella de la tierra era una de las sensaciones que guardaba en su «top de momentos que mejoran el día». Ocupaba el número cinco de la lista.

Avanzó por el camino hasta las puertas de una finca. Las cruzó sin pensárselo. Su club de hípica no era demasiado grande, pero le parecía que las cuadras eran preciosas. Al verlas Nico pensó que aquel era el siguiente momento top del día.

—Buenas tardes, Nicolás —le saludó el mozo mientras arrastraba una carretilla llena de estiércol.

—Hola, Luja. ¿Sabes dónde está Santi?

—Dentro —señaló uno de los boxes con un movimiento de barbilla—, con la yegua nueva.

A Nico le encantó comprobar que, tal y como le había anunciado el día antes su monitor, había llegado otro caballo. Se llamaba Ceniza y Santi quería prepararla para concursar.

—¿Te apetece montarla? —le preguntó Santiago con una media sonrisa. Estaba claro que sabía la respuesta—. Iba a hacerlo yo, pero si quieres puedes pasear con ella un rato, para que se vaya acostumbrando al paisaje.

—¡Claro que quiero! —contestó el chico, que enseguida se puso un casco. Pero, de pronto, pareció dudar—. Oye, ¿y qué pasa con Tormenta? Llevo semanas montándolo sin fallar una sola tarde.

—Tranquilo, Nico. A tu caballo le vendrá bien descansar una jornada.

—De acuerdo.

—Pues venga, arriba. Enséñale a esta chica la suerte que tiene por haber llegado aquí —. Guiñándole un ojo, le tendió las riendas y se despidió de él.

El chico paseó con cautela por fuera del recinto. Condujo a Ceniza por los caminos y laderas por los que solía ir con su caballo. Cuando notó que ambos estaban preparados, cogió las riendas con fuerza y, apretando un poco más las piernas, comenzaron a galopar.

Como cabía esperar, los momentos top de su lista habían aumentando conforme montaba a la yegua, pero fue al notar el viento golpeándole en la cara cuando sintió que todo lo negativo de las últimas horas se había compensado. Esa era la única realidad de Nico, la que hacía posible su lista y la que le llevaba a mentir a su madre. De hecho, pensó que le gustaba tener un mal día si después visitaba el club de hípica para notar el contraste con su felicidad. «Las cosas brillan porque hay oscuridad», le decía su abuela cuando era pequeño. Por eso el muchacho había decidido que no habría momentos que le alegraran la jornada si todos eran buenos.

Aquel lugar era su pequeña ventana al paraíso. A lomos de un caballo encontraba su libertad. Aquella yegua era quien, en aquel momento, le hacía feliz. El sol se despidió de jinete y montura, dejando tras de ellos un rastro rosa que invadió el cielo. Nico lo miró complacido y sonrió. Aquel era el número uno de su top de momentos que mejoran el día.

Sin embargo, cada tarde al volver a casa después de montar a caballo, se daba cuenta de que para poder disfrutar de esos momentos buenos, tenía que pasar algunos malos tragos. Su abuela también le recordaba a menudo que las rosas son muy bonitas, pero que todas tienen espinas. Por eso siempre acababa reconociendo sus errores ante su madre. Y lo mejor es que ella siempre estaba dispuesta a darle una nueva oportunidad.

***

Mi padre me contaba a menudo la historia de Nico cuando yo era era pequeña. La verdad es que nunca le di mucho valor, hasta que me confesó que él fue Nico. Quizá lo que hizo mi padre en su adolescencia no estaba del todo bien. De hecho, se arrepentía de sus mentiras. Sin embargo, descubrió algo que a la mayoría se nos escapa: la felicidad reside en los pequeños momentos.