XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Morir con dignidad

Manuel Sureda, 18 años

                 Colegio Munabe (Vizcaya)  

Dentro de unos meses se cumplirá un año de un suceso que me ha hecho plantearme muchas cosas: el fallecimiento de mi abuelo. He tenido la suerte de acompañarle en su última etapa, al pie del cañón junto a él: <<¡Manu, tráeme esto>>… <<Manu, tráeme lo otro>>... Como somos humanos, nos llega a cansar estar al servicio constante de otra persona, pero la sonrisa de mi abuelo hacía el milagro de que apenas me costara atenderle. Verle feliz compensaba cualquier esfuerzo que me pidiera. Al recordarle me pregunto hasta qué punto su enfermedad le hizo sufrir y cómo fue posible que estuviera siempre contento, a pesar de que presintiera su final.

Parte de la sociedad española solicita la aprobación de una ley de eutanasia. En cierto modo, supondría un ahorro de dinero y de recursos, tanto para el Estado como para las familias de las personas afectadas. Por otro lado, ofrecería una manera efectiva y drástica de acabar con los padecimientos del enfermo, evitando a los suyos el recuerdo de una larga agonía. A primera vista, parece la solución idónea a la realidad inevitable de la muerte con dolor.

Mi padre es médico, con cerca de treinta años de experiencia profesional. No solo trata a pacientes con cáncer, enfermedad en la que es especialista, sino que imparte charlas sobre cuidados paliativos, opción que combina dos perspectivas a favor del paciente y sus familiares: la médica y la ética. Con la especifidad de estos cuidados, el médico controla el dolor para que el paciente afronte su último tramo vital desde la humanidad y en la compañía de las personas que más lo quieren sin saberse desauciado. Como dice Jacinto Bátiz, pionero en la aplicación de los cuidados paliativos e integrante del grupo de trabajo de Atención Médica para el Final de la Vida, de la Organización Médica Colegial Española, el paciente que solicita un suicidio asistido está afectado por alguna razón que ha hecho que pierda el sentido de su vida, por lo que no necesita un veneno sino la asistencia profesional que pueda aliviar su desesperanza.

Mi abuelo terminó sus días destilando alegría, lo que demuestra que que todo tramo vital, desde el inicio hasta el final, es igualmente valioso. Su recuerdo me da ánimo para defender los valores que me inculcó. Por eso, aunque a primera vista la eutanasia parezca la mejor solución para aquellos que no quieren sufrir ante la llegada de la muerte, nuestra obligación médica, ética y moral es otra: ayudar a cada persona a vivir y morir con dignidad.