VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Mundo Blackberry

Mª Luisa Povedano Torres, 16 años

                  Colegio Zalima (Córdoba)  

“Bip, bip, bip”... El odioso sonido del despertador iba aumentando poco a poco. Sara no quería levantarse. Tanteó en la oscuridad y golpeó el botón de “stop”. “¡Cállate ya!”, pensó. Se dio la vuelta y volvió a dormirse. Estaba bastante mejor bajo el cálido edredón de su cama que fuera, en donde ya se notaba que se acercaba el invierno.

Esta puede ser - y de hecho es- una escena que vivimos la mayoría de las personas a la hora de levantarnos temprano para ir a clase o a trabajar. A nadie le gusta madrugar: nos pone de mal humor y nos hace estar adormilados -al menos- durante parte de la mañana.

Nunca nos paramos a pensar en la alegría que deberíamos sentir cuando suena el despertador: ¡recibimos el regalo incomparable de un nuevo día!. Evidentemente este pensamiento no es fácil de mantener, ya que como le pasa a Sara, a todos nos resulta mucho más apetecible quedarnos durmiendo.

Hay muchos motivos que deberían hacernos sentir felices al comenzar un nuevo día. Por ejemplo, hoy Sara podría conocer a alguien que le marque la vida para siempre: el amor, una buena amiga o alguien que le enseñe algo imprescindible que le recuerde siempre. Aunque lo más probable es que esa mañana comience como un día cualquiera y pase a sus recuerdos no por algo positivo sino, más bien, por todo lo contrario y Sara desee no haberse levantado nunca. Mas incluso si ese día es uno más, de esos que vamos tachando monótonamente en el calendario a la espera de que pase algo interesante, nadie podrá quitarle que sigue viva.

En todo caso, Sara nunca sabrá qué le espera si continúa en la cama. Además, en cualquier caso y pase lo que pase, debería sentirse afortunada por poder vivirlo.