IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Nada para Mónica

Mónica García Solbes, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Un inesperado golpe en la puerta interrumpió nuestras risas. Probablemente habíamos despertado a toda la casa. Belén y yo guardamos silencio y permanecimos inmóviles hasta que la sombra que se distinguía detrás de la puerta desapareció. Entonces continuamos nuestra conversación entre susurros y risas ahogadas.

Era una calurosa noche de septiembre. En pocos días iba a cumplir dieciséis años y mi hermana, Belén, me acosaba a preguntas para descubrir qué me gustaría que me regalara.

Recuerdo vagamente de lo que hablamos, pero todo son recuerdos confusos, imprecisos, como imágenes sueltas de una película sin sonido. Después llegamos a la conclusión de que el regalo perfecto para mí era una bombilla. Yo no quería nada, así que juzgamos que el mejor regalo sería la nada. Pero…, ¿cómo conseguir nada? Lo más cercano es algún objeto dentro del cual se haga el vacío. Empezamos a hablar de cajas, de esferas relucientes que ni siquiera contuviesen aire… En vano intentábamos materializar un regalo que no fuese nada. No poder visualizarlo nos frustraba y, al mismo tiempo, hacía subir como la espuma nuestra hilaridad pues a cada segundo se nos ocurrían ideas más descabelladas en un ataque de enajenación mental. Fue entonces cuando grité: “¡Ya está: una bombilla! En su interior se debe hacer el vacío y sería muy parecido a tener un poquito de nada”.

Aquello fue demasiado cómico para mantener la compostura y armamos tal escándalo que, estoy convencida, no acabamos de patitas en la calle porque mi madre es una mujer paciente.

Lo que he contado ocurrió hace un año. Olvidé nuestra conversación y la vida siguió su curso, dejando atrás aquellas nimiedades. Sin embargo, hace un par de semanas mi ánimo decayó y empecé a estar malhumorada constantemente: me sentía mal porque tenía muchas ganas de quedar con una persona muy importante para mí, pero esa persona parecía no tener tiempo para verme pero sí para ver a otra gente. Me dolía su indiferencia, la sensación de que no le importaba. Mi hermana lo notó y ayer por la mañana me enseñó ilusionada una botella vacía de Coca-cola. Quería ponerla en su estantería e introducirle algún adorno bonito. Le sonreí sin prestarle mucha atención y continué a lo mío. Por la noche encontré en mi habitación aquella botella decorada con pintura blanca. En el centro de la botella había escrito”Nada para Mónica”. Unas flechas señalaban hacia la boca de la botella, en donde había una bombilla como tapón. Es el mejor regalo que he recibido en mi vida.