VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Nadadora de braza

Ariadna Prats, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Sus amigos estaban jugando un partido de fútbol. Los gritos y goles de fondo, se mezclaban con “cielo-césped-cielo-césped”, la monótona cancioncilla que Matilde repertía mientras daba volteretas en las barras que rodeaban el campo. Entre piruetas, observaba el vuelo de las mariposas de finales de primavera y el de los pajaritos que volaban torpemente por el cielo, pues hacía pocos días que abandonaron el nido.

La llamada de su prima le hizo ponerse de pie.

-¡Matilde, corre... Ven. Mira lo que he encontrado! -chillaba como si hubiera encontrado un tesoro.

Matilde, impulsada por la intriga, fue hacia donde le indicaba su prima, tan rápido que casi se tropieza con sus propios pies.

Cruzó el campo de fútbol, intimidada por el peligro de que el balón le golpeara la cabeza, y subió las escaleras que conducían a la piscina. Allí se encontraba su prima, que la cogió del brazo y la llevó hasta el bordillo.

Eran principios de junio y las piscinas municipales todavía estaban vacías y sucias. El agua de lluvia estaba encharcada en la parte más profunda. Matilde inclinó la cabeza para intentar descubrir qué era aquello que tanto sorprendía a su prima. De repente, sus labios se abrieron súbitamente. Aquel charco se había convertido en un pequeño universo para decenas de ranitas. Unas nadaban y otras asomaban su carita con ojos de curiosidad sobre el agua sucia. Aunque habían desarrollado todos los caracteres de rana, aun les quedaba la cola de su estado de renacuajo, prueba de que no podían tener más de quince días de vida.

Las dos chiquillas se dirigieron a la parte menos onda de la piscina y saltaron dentro para correr ilusionadamente hacia la zona encharcada. Ninguna de las dos se atrevía a tocar a los batracios, ya que eran pegajosas y podían saltarles encima. Las ranitas avanzaban sobre el agua encogiendo y estirando sus delgadas extremidades. Esos movimeintos, le recordaron a Matilde los de las nadadoras de braza. Parecía que estuviesen actuando en un espectáculo.

Algunas se sumergían al notar la presencia de las niñas. Otras se las quedaban mirando, sorprendidas. Matilde y su prima se quedaron en cuclillas, observando aquella escena mágica durante más de diez minutos, hasta que la prima se levantó de un salto y dijo con cara de espanto:

-¿Qué pasará con las ranas cuando llenen la piscina? ¿Les tiraran algún líquido tóxico para que se mueran? ¿Las aspirarán con la máquina de limpiar el fondo?

Matilde se asustó tanto que empezó a llorar. Le sugirió a su prima, que era cuatro meses mayor, ponerse a pensar en alguna solución para salvar a las ranitas.

-¡Ya sé! -dijo su prima para darle tranquilidad-. Vamos a llamar al Servicio de Medioambiente del ayuntamiento. Seguro que tienen alguna solución.

Todo salió a las mil maravillas. Cinco días después del descubrimiento de las ranas, Matilde, su prima y el equipo de Medioambiente las recogieron para después liberarlas en el río que delimitaba la localidad.

A la hora de soltarlas, Matilde y su prima estaban un poco entristecidas, pero la satisfacción de haberlas salvado para ofrecerles un hábitat mejor, las llenaba de orgullo. Al verlas hundirse en la corriente, se despidieron de las nadadoras de braza.