XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

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María Gracia Ballarín, 17 años

Colegio Altozano (Alicante)

Una mirada, un parpadeo, un destello. La brisa le revolvió el pelo, largo y brillante, que le acariciaba la espalda, sobre la que caía en cascada. Sus ojos eran azules como el océano y profundos como la fosa de las Marianas. Sus mejillas estaban enrojecidas de emoción.

La música que transportaba el viento, las olas que se alzaban suavemente, acunando al velero, y el lejano horizonte. Eran la simple traza que determinaba el mundo.

Copa en mano, todos brindaron y la alegría se transmitió contagiosa como la más terribles de las enfermedades. El sol lucía en todo su esplendor, intentando captar la atención de los jóvenes que bailan en cubierta.

Él la miraba con intensidad. Ella daba vueltas sobre sí misma, al son de las olas. Firme y decidido se acercó como quien se aproxima a la luna, con un brillo de determinación en la mirada. Ella se miró en sus ojos y, risueña, se meció como junco acariciado por el viento. Él se arriesgó, dando otro paso adelante. Su piel negra destacaba sobre el cielo azul. Cuando la rozó, ella dio un paso atrás. 

-¿En quién piensas cuando miras al mar?

Él, sin perder el ritmo, le contestó suavemente:

-El mar es como el infinito, donde se esconden todos los miedos y las llaves que los mantienen encerrados.

-Yo, en cambio, veo en él la insignificancia. Nos esforzamos por ser grandes y atravesar los mares, por escalar las montañas más altas y bajar a los abismos… pero no queremos aceptar que somos limitados. El universo es superior a nuestro entendimiento y a pesar de que hemos llegado lejos, deberíamos renunciar al espíritu de superioridad, porque es traicionero como la peor de las mentiras. Cuando no le encontramos sentido a algo, lo despreciamos, sin buscar el valor oculto de las cosas incomprendidas. Por eso, deberíamos valorar aquello que no entendemos.

Apoyando su vaso sobre la cubierta, le dijo:

-El mundo es complicado. Lo llenamos gente diversa. La vida es la mejor maestra, pero la elección de aceptarla o no, es nuestra.

El viento se llevó sus últimas palabras. Cuando se volvió para mirarla de nuevo, ella se encaramaba al mástil, dispuesta a grabar en su mente la vista del mar abierto, que quedó enmarcada en las palabras que había intercambiado con aquel joven del que tenía entendido era la mano derecha del capitán. A pesar de que era muy atractivo, su belleza había concentrado su atención, porque Mia no era una chica cualquiera: más allá de la primera impresión que despierta cualquier persona, buscaba el interior, de donde brotan las motivaciones para actuar.

En lo más alto del mástil soñó que era un ave marina que, lejos de las preocupaciones, perseguía los confines de la tierra. Desde la cubierta el chico no fue capaz de apartar su mirada de la joven. Era guapa, atrevida y profunda. Era un meteorito que había caído de repente en aquel velero, y el radio de su golpe lo había empapado.