XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Nexo

Juan Pedro Gálvez, 18 años

                 Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Don Manuel, todos los días, al terminar las clases en la facultad, cogía su bastón y su maletín, y se dirigía tranquilamente a la estación de metro que había en la Universi-dad. 

Don Manuel elegía siempre el mismo vagón y la misma plaza, junto a una de las es-quinas, paralelo a la ventana, con la intención de contemplar las luces de la ciudad cuando el tren corría por encima de la tierra. Tomaba asiento y abría el periódico, co-mo excusa para observar de reojo a los demás viajeros. Muchas veces coincidía con una señora que trabajaba en la limpieza de los despachos de profesores, que solía quedarse dormida durante el trayecto a su casa. También se topaba con grupos de estudiantes y con alguna madre que iba acompañada por sus hijos. Y con una señora que llevaba un chihuahua en brazos, aunque hacia un tiempo la había dejado de ver.

Aquella tarde, finalizado el escrutinio del vagón, don Manuel se dispuso a leer las no-ticias mientras las estaciones iban pasando y el vagón se vaciaba poco a poco. Cuando la megafonía anunció la parada anterior a la suya, guardó el periódico cuidadosamen-te en el maletín y se preparó para levantarse. Se dio cuenta entonces de que estaba solo, salvo por una chica vestida de negro y con el pelo tintado de un rabioso verde. 

<<Parece nerviosa>>, pensó don Manuel al reparar en el blanco de los nudillos con los que se sujetaba a una de las barras de seguridad.

–Próxima estación: Villaverde Alto –anunciaron los altavoces.

Don Manuel se apoyó en el bastón y dio un primer paso cuando otra voz habló también por megafonía:

–La próxima estación se encuentra fuera de servicio por obras. Perdonen las moles-tias. 

Don Manuel se volvió a sentar, con un resoplido. La chica, oyéndole, se sobresaltó y le miró con alarma.

–Usted no debería estar aquí –le espetó en tono duro. Parecía asustada.

¬¬–Así es, pero no me queda otro remedio –contestó don Manuel.

La muchacha se levantó inmediatamente y se plantó ante el profesor.

–Esto no debería ser posible –murmuró.

¬–Ya le digo. El periódico no mencionaba que esta parada estuviese…

–¡Silencio! –le increpó.

Se apagaron las luces del vagón al tiempo que el tren entraba en un túnel. Momentos después se volvieron a encender.

–¿Que hace ese aquí, Midna? –preguntó una voz desconocida.

Don Manuel alcanzó a ver a otras dos jóvenes, una con el pelo tintado en rosa y otra azul claro. Estaban una junto a otra, frente a la del pelo verde.

–Dejadle; él no ha hecho nada –les respondió la chica del pelo verde.

–Vaya, así que Midna se ha convertido en una floja que defiende a los humanos –se burló de ella la del pelo azul.

–Es inocente; dejadle en paz –insistió Midna, retrocediendo para acercarse a don Ma-nuel con los brazos extendidos, como para protegerlo.

–Ya sabes las reglas, amiga: que no quede rastro. Y para que la Señora no se entere, más te vale hacer bien las cosas –le amenazó la chica del pelo rosa a regañadientes.

–Lo que queráis, pero dejadle en paz –repitió Midna.

Repentinamente las luces del vagón se volvieron a apagar. Cuando instantes después se encendieron, en el vagón solo viajaba don Manuel. Los altavoces anunciaron:

–Próxima parada: Nexo. Final de trayecto.

El tren fue reduciendo la velocidad hasta pararse. 

Don Manuel se bajó en una estación sin pasajeros y que carecía de letreros. Tras salir a la calle, preguntó a una pareja por el camino hacia su calle. Y apoyándose en el bas-tón, se encaminó hacia su casa.

A la mañana siguiente don Manuel se acercó a la estación de Villaverde Alto. Para su sorpresa, no había obras de ningún tipo. De hecho, ni la mujer de la taquilla ni un guardia de seguridad le supieron decir nada acerca de dichos trabajos de remodela-ción. Y cuando les preguntó por una parada llamada Nexo, le miraron con extrañeza.

–¿Se encuentra bien? –le preguntó la taquillera–. En Madrid no hay ninguna estación con ese nombre.

<<Habrá sido un sueño>>, pensó el viejo profesor.

Cuando arribó el tren, entró en el vagón de siempre y se sentó en la plaza habitual, junto a una de las esquinas, paralelo a la ventana.