VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

No es como yo pensaba

Regla Álvarez Arévalo, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Me desperté y aré la tierra hasta la puesta del sol. Después de cenar un suculento conejo que había cazado el mayor de mis doce hijos, me dispuse a contemplar el hermoso cielo estrellado junto a mi mujer, sentados a la puerta de nuestra pequeña cabaña. Es lo que más me gustaba del día: oír a mis hijos mientras jugaban, al tiempo que me ponía a soñar en lo que les depararía el futuro. Me sentía el hombre más dichoso del Imperio.

Al acostarme no podía ni imaginar lo que me depararía el mañana.

Noté un pinchazo en mi brazo derecho. Abrí los ojos. Pero… ¿Dónde me encontraba? Un hombre barrigón y de aspecto malhumorado me instaba a incorporarme mientras me mostraba un palo revestido de piel. Me sentí aturdido. ¿Qué era todo aquello? ¡Pero, qué olor! ¿Estaba en un establo?... No lo parecía. ¿Y esas cajas que se movían entre ruidos mediante unos círculos móviles? Mi angustia crecía por momentos. Estaba rodeado de torres cuya cima mi vista no alcanzaba sin que sufriera un pinchazo persistente en la nuca. Las personas pasaban a toda prisa sin hablar entre ellas ni reparar en mí, como si no existiera.

Me dejé llevar por la muchedumbre. Había cartelas por todas partes. Poco después, llegué a una gran planicie en la que abundaban pinos y alcornoques, que me recordaron mi querida montaña. Pregunté a un joven. Debía ser pobre, porque los pantalones que vestían no eran de su talla, pues le quedaban por debajo de la cintura y se iba pisando los bajos.

-¿Sería tan amable de indicarme el lugar en el que nos encontramos? -le inquirí.

-Pero….Tío… ¿Qué te has fumado? -me contestó al tiempo que le salía un asqueroso humo de la boca-. Esto es Nueva York, el ombligo del mundo.

-Y podría decirme en qué año nos encontramos.

-¿No lo sabes? -se le desorbitaron los ojos-. 2011, desde hace unos meses y hasta el próximo 31 de diciembre.

2011... No paraba de resonar en mi cabeza. Me había despertado casi un milenio después de haberme acostado. Pero, aquello no era lo peor sino comprobar en lo que con el tiempo nos habíamos convertido.

Era cierto que aquellos hombres disponían de cosas fascinantes e ininteligibles para mí, pero… ¿Y lo que de verdad importa? ¿Cómo se puede sobrevivir en un mundo en el que no se puede respirar y a casi nadie interesas?

Aunque hubiera esos artilugios para ir rápidamente de un lugar a otro, tantas tiendas y unas casas enormes, la Tierra se estaba muriendo.

Lo que más me sorprendió fue que, aún a pesar de tener tantos privilegios, aquellos hombres no eran felices. Iban de un lugar a otro tensos e irritados. Me provocaron mucha lástima los niños, pues juegan solos en las planicies. ¿Dónde estaban sus padres? Por eso, si despierto de nuevo en mi tiempo, seguiré haciéndome partícipe de los juegos y las risas de mis hijos. De de este modo, el día de mañana, cuando ellos sean padres, harán lo mismo con sus hijos y así, sucesivamente, conseguiremos que el mundo no aparente tanto vacío.