XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

No hay pueblo como
mi pueblo 

María Gámez, 17 años.

Colegio Ayalde (Bilbao)

Algo especial nos ocurre cuando hablamos de nuestro pueblo o nuestra ciudad. Un brillo ilumina nuestros ojos y un tono nostálgico domina nuestra voz. Lo refleja bien una canción popular: “No hay pueblo como mi pueblo / ni barrio como mi barrio…”. Así lo sentimos cuando, después de pasar una temporada fuera de él, regresamos. 

Mi padre, por ejemplo, cuando finalizamos nuestras vacaciones de verano en el Sur de España, a medida que nos acercamos a Bilbao y comenzamos a divisar los nubarrones, no puede ocultar su entusiasmo. Mi abuela, a su vez, cada cierto tiempo viaja de Bilbao a su pequeño pueblo castellano, donde siempre se detiene a admirar una casa que, a pesar de estar medio derruida, sigue siendo el hogar de su infancia.

Cuando alguien me pregunta de dónde soy, le respondo que aunque he nacido y estudio en el País Vasco, pertenezco a Castro Urdiales, en la costa de Cantabria. El escenario de mi infancia fue el parque de mi barrio, donde en cada esquina jugué al escondite. De hecho, cuando salgo a la calle me encuentro con muchos rostros familiares, desde mis amigos de toda la vida hasta la cajera del supermercado, que siempre me sonríe. En los años que llevo en Castro, he desarrollado un vínculo especial con este pueblo. Nada me relaja tanto como el horizonte que se dibuja sobre el mar, al igual que nada me da fuerza como el coraje de las olas rompiendo contra la arena. Es aquí donde he vivido mis mejores y mis peores momentos, y donde espero vivir en adelante. 

Pero no se necesitan años para hacerse parte de un lugar. Uniones de esta magnitud se forjan también en viajes cortos a destinos que nos acogen de manera singular. Llenamos sus calles de recuerdos y les hacemos un hueco en nuestra memoria y, en algunos casos, en el corazón. Muchas veces no sabemos identificar cuál es el motivo. Tras haber recorrido las interminables avenidas de París y las callejuelas de Baeza, afirmo que si las primeras viven borrosas en mi memoria, las segundas seguirán siempre conmigo. 

No sé cuantos destinos me deparará el futuro, pero por muchos lugares que pasen a formar parte de mi historia, siempre que me pregunten por mi hogar regresaré a Castro Urdiales, pues “No hay pueblo como mi pueblo”.