XI Edición
Curso 2014 - 2015
Nunca es tarde para querer
Pedro Dugo, 17 años
Colegio Tabladilla (Sevilla)
A principios de curso murió mi padre. Fue una muerte no esperada, sorpresiva y muy dolorosa. Tan dolorosa que aún no se me ha cerrado la herida de su ausencia. Lo adivino en todos los rincones de la casa, cuando voy al campo que tanto quiso y en donde fue tan feliz, cuando observo a mi madre y a mi hermana, para las que me he convertido en “el hombre de la casa”.
No es fácil recuperarse de un golpe así. Como tengo fe, confío en que Dios sabe lo que hace con nosotros y que viene a buscarnos en el mejor momento, para que desde el Cielo cuidemos de los nuestros. Así que esta misma fe me dice que mi padre está junto a mí, junto a mi madre y mi hermana, y que dentro de muchos años volveremos a unirnos, esta vez para siempre.
Cuando te sucede un acontecimiento así, corres el peligro de cerrarte en un caparazón de tristeza. Es normal, porque el hombre nunca está preparado para despedir a aquellos que ama. Sin embargo, no soy el único adolescente que se ha quedado huérfano: si abro los ojos y miro aquí y allá, me topo con muchos chicos y chicas que han padecido experiencias como ésta y aún peores.
Comprendo sus sentimientos, pues son los mismos que ahora estoy viviendo. Comprendo que se encuentren mal, porque yo también estoy mal, pero hay muchas personas que, a pesar de todo, no renuncian a ser felices.
No sé lo que daría por volverle a ver, aunque fuese solo un minuto. Necesito abrazarle y decirle que le quiero. Pero es imposible. Por eso mi único y gran consuelo es su compañía invisible y silenciosa.
Perder a mi padre me ayuda a madurar. Ahora valoro la compañía de la gente, a los familiares y los amigos. Como no sabemos cuánto durará la vida, animo a aprovechar el tiempo junto a los demás y no negarse nunca a quererles.
No desearía que nadie viviese lo que estoy viviendo, ni siquiera a mi peor enemigo, si es que lo tuviera. Por eso ofrezco mi apoyo a quien pudiera necesitarlo.