XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Paredes de plástico 

Adriana Caro, 16 años 

Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría) 

Tomás miraba con indiferencia cómo la aguja atravesaba su piel; estaba acostumbrado a las inyecciones y, sin duda, agradecido de que existiesen.

Su madre le preguntó si había descansado, pero Tomás no se sentía con ganas de hablar. Ignorando la curiosidad de su madre se dio la vuelta para observar la calle a través del ventanal. 

Su habitación no daba a un bosque o a una montaña, como le hubiera gustado, sino a un aparcamiento que siempre estaba repleto de coches, pues detrás del edificio que se levantaba frente a su casa había un parque de atracciones. Él no alcanzaba a verlo, pero oía el sonido de las atracciones, los gritos y las risas de las personas que disfrutaban allí.

Dio tres pasos, desplazándose en el interior de su burbuja de plástico, abrió la cremallera y extendió el brazo. Con los ojos cerrados introdujo la mano en una caja de cartón y cogió la primera postal que tocaron sus dedos. Se le había regalado su madre cuando viajó a Holanda. Cerró la cremallera y se sentó.

Aquel era su pasatiempo favorito: observar paisajes e imaginarse las aventuras que podría experimentar en aquellos lugares; viajar; conocer distintos países; probar las comidas típicas de cada lugar; percibir los variados olores… Incluso con suerte podría conocer a algún chico de su edad con el que compartir aventuras. 

Pero ese mundo de posibilidades solo se encontraba en su imaginación, y él lo sabía mejor que nadie. Desde su nacimiento padecía una inmunodeficiencia severa combinada, popularmente conocida como síndrome del niño burbuja. Sin embargo, aunque no podía salir de esa cobertura de plástico era un niño feliz, pues se conformaba con aquellos anhelos reflejados en las postales.