XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Pensamientos de un preso

Esperanza Torres, 16 años 

Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)

Fuera llovía. En la cárcel, fría y oscura, retumbaba el sonido de los truenos. Un preso, sentado al borde de su cama veía a las gotas caer a través de los barrotes de su celda. Recordaba el día en que tuvo que dejar a su mujer y todas sus posesiones tras ser acusado de un crimen que no había cometido.

Lo más duro de superar fue admitir que se podía ser inocente y, sin embargo, pagar por la culpa de otro. La pregunta «¿Por qué?» le había golpeado durante años, hasta que decidió que él no era capaz de contestarla. A partir de entonces se resignó. Y le fue mejor.

Le golpeaba el tormento de saber por qué aquella noche perdió el autobús de las nueve. Era la primera vez que le ocurría; se había entretenido con el papeleo de la oficina, y se le había pasado su hora habitual. De la oficina a su casa había una media hora a pie y, por no esperar al siguiente autobús, decidió volver caminando. Su hija ya debía de estar a punto de acostarse… Iba distraído cavilando sobre si llegaría a tiempo de darle el beso de buenas noches cuando un hombre, iluminado por la luz mortecina de una farola, se le aproximó rápidamente con una mochila en las manos y chocó contra él. En un acto reflejo, para que la mochila no fuera a parar al suelo, la agarró. Ese fue su error y el motivo de su condena: cuando un minuto más tarde apareció el coche de la policía, fue a él al que encontraron con la mochila en las manos. El otro hombre había desaparecido.

Según supo después, se trataba de un ladrón que acababa de atracar una joyería. Todos los artículos robados estaban dentro de aquel bulto que él recogió sin apenas darse cuenta. A pesar de sus protestas, no pudo probar su inocencia durante el juicio y fue condenado a tres años de prisión.

¡Cuántas noches sin dormir entre aquellas cuatro paredes! ¡Cuánto miedo y cuánto dolor! ¡Cuántas tormentas como aquella…! Sin embargo, ni el miedo, ni el dolor, ni la injusticia, ni la duda ni la angustia habían podido doblegarle. Sintió todas esas cosas, claro que sí. Hasta extremos insoportables. Pero ahora eso se acababa. Lo único que deseaba era que el futuro le permitiese vivir el resto de su vida junto a su familia.

Le faltaba muy poco para salir de allí. ¡Bendita lluvia!