XVI Edición
Curso 2019 - 2020
Pentagrama de olores
Andrea Montes, 16 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Sara subió al autobús tras un largo día de trabajo. Estaba tan cansada que nada más llegar a su casa se quitó los zapatos, colgó el abrigo en el perchero y se dejó caer en el sofá. Al levantar la mirada, se fijó en el calendario que era viernes, pero no se sentía con fuerzas para salir con sus amigos ni quedarse frente al televisor para ver una película, así que decidió escoger la que siempre era su última opción.
Se acercó al desván y se llevó la mano al cuello para desabrocharse un collar del que colgaba una llave. Aquel era un pequeño cuarto vacío, con una bombilla desnuda que colgaba del techo y, al fondo, un armario con varias estanterías. En una de ellas había cinco botes etiquetados. Cogió el primer tarro y leyó el letrerito: “Casa de los abuelos”. Abrió la tapa y acercó la nariz para oler su interior. Aquel aroma le llevó de pronto a su infancia, cuando los fines de semana se quedaba a dormir con ellos, pues sus padres viajaban a menudo por causas laborales.
Hizo lo mismo con el segundo tarro, en el que ponía “Fútbol”. Compartía con su padre la pasión por este deporte y aprovechaba los fines de semana que no viajaba para ir a ver los partidos que jugaba su equipo favorito. Ese olor le llevaba a esos días en los que celebrar la victoria de los suyos junto a su padre era la mayor de sus alegrías.
En el siguiente frasco podía leer “Primer amor”. Sara tenía quince años por entonces. Nunca podría olvidar los meses que duró su primera relación, fugaz pero intensa. El letrero del cuarto bote decía: “Verano 2008”, y en cuanto lo olió se transportó a las semanas de agosto que pasó en el Sur. Fue el primer viaje que hizo con sus amigas y el recuerdo de la playa y las fiestas que llenaron aquel tiempo volvieron a su memoria.
Quedaba el último tarro. En su letrero ponía: “Viaje a China”. Al contrario que el verano de 2008, fue el primer viaje que hizo ella sola. No conocía el idioma ni le interesaba mucho su cultura, así que ni siquiera podía decir por qué acabó allí. Sin embargo, la semana que pasó en el país asiático y las experiencias que acumuló le sirvieron para conocerse mejor y resolver las dudas que tenía sobre su futuro.
Guardó aquel último bote en la estantería y tras cerrar la puerta del armario, apagó la luz. Volvió a sacar la llave que cerraba el que para ella era el cuarto sagrado de su casa. Sabía que muchas personas utilizan la música para recordar momentos de su vida. Pero Sara no podía hacerlo; su sordera se lo impedía. Por eso, aquellos cuatro frascos representaban más que unos olores. Eran la composición que recopilaba sus mejores recuerdos.