XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Perdidas en la nieve

Beatriz Jiménez de Santiago, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

-Tenemos que seguir; ya queda poco.

-Ali... llevas diciendo lo mismo desde hace tres días -dijo mientras arrastraba sus pies cansados-. Reconócelo, no vamos a salir de aquí.

-Claro que sí. Sólo tenemos que seguir andando hacia...

-Mira, déjalo -la interrumpió-. Que seas la mayor no significa que yo sea estúpida. Sabes tan bien como yo que al desviarnos de la ruta, la moto de nieve perdió la señal de localización. Debimos habernos quedado esperando cuando se agotó la batería. ¡Quizás ya nos habrían encontrado!

-¿Acaso crees que no he pensado eso?... -gritó con angustia- ¿Que no me arrepiento de cada decisión tomada desde que salimos del hotel?... Sólo intento encontrar la mejor manera de sacarte de esta montaña.

-Hablas como si tú no importaras. No puedes culparte de todo. Fui yo la que se empeñó en investigar la zona –dijo, arrastrando las últimas palabras.

-No. Le prometí a mamá que te cuidaría -agachó la cabeza--. Y he fallado.

-Puedo cuidarme sola.

Ninguna continuó la conversación. Siguieron andando hasta que cayó la noche, y con la oscuridad les atrapó el miedo, pues escuchaban a los lobos, que aullaban a la luna. La noche anterior sonaron lejanos, pero en ese momento Alicia los sentía más cerca.

-No te separes de mi –le pidió, intentando agarrarle del brazo-. Tenemos que subirnos a un árbol en el que podamos dormir. Es peligroso acampar en el suelo.

-Allí hay una arboleda –señaló al frente-. Pásame la linterna.

Metió la mano, aterida, en el bolsillo del abrigo.

-Aquí tienes. Apenas tiene batería.

-Y a mí sólo me queda una bolsa de frutos secos de todas las que cogimos del hotel. La repartiremos cuando subamos al árbol.

Se internaron en la espesa oscuridad. De pronto, unos aullidos las sobresaltaron.

-Ali, creo que están cerca.

-No lo pienses; sigue caminando -. Se giró para comprobar que no había lobos detrás de ellas-. ¿Lo ves? No hay ningún...

Había descubierto a un lobo solitario. Permaneció quieto entre la maleza, hasta que la manada apareció tras él.

-Emma... ¡Corre!

Emma se torció el tobillo en una mala pisada y cayó a la nieve.

-¡Sigue sin mí! –le gritó a Ali.

-No pienso dejarte –la levantó del suelo y la agarró de la cintura.

Aunque las fieras avanzaba a gran velocidad, las hermanas llegaron a un árbol. Alicia ayudó a subir a su hermana. Una vez Emma estuvo segura, fue ella la que comenzó a escalar. Pero resbaló.

No podía trepar, tenía las manos congeladas. Estaba perdida. Los lobos la rodearon en el suelo, sin escapatoria.

-Ali...-dijo Emma temblando de miedo en el árbol.

Justo antes de que uno de los lobos se lanzará a por ella, un disparo de escopeta asustó a los animales, que escaparon con el rabo entre las piernas.

El todoterreno del guardabosques aparcó frente a ellas.

-¿Emma? -preguntó Alicia desde el suelo secándose con el abrigo, aliviada, las lágrimas.

-¿Si?

-Te dije que saldríamos de aquí.