XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Pesadilla en una
noche de verano

Pablo González Soldevila, 14 años

                 Colegio El Prado (Madrid)  

Sucedió un quince de agosto. Eran, más o menos, las once y media de la noche cuando me desperté. Mi padre, al volante, era el único que estaba en vela, aunque noté que conducía distraído. Los demás dormían a pierna suelta. Nos dirigíamos a Almería, donde veraneábamos desde hacía trece años. Pero todavía nos quedaban muchas horas de viaje por delante.

Con el sonido de la radio, mi madre se despertó. 

–¡Papá, la gasolina! –dio un grito.

A causa del chillido, mis hermanas también se despertaron, sobresaltadas. La pequeña comenzó a llorar del susto. La mediana miraba a su alrededor con los ojos abiertos como platos. Mi padre estaba pálido, pues el indicador del combustible marcaba autonomía para cinco kilómetros. Sin embargo, la gasolinera más cercana se encontraba a quince kilómetros y a esas horas no teníamos certeza de que estuviera abierta.

Para ahorrar combustible, mi padre abusaba del punto muerto en las cuestas abajo. La cara de mi madre era un poema. La tensión se mascaba en el ambiente. Mientras yo intentaba tranquilizar a mis hermanas, mi madre no paraba de dar instrucciones a mi padre. 

Como nos temíamos, diez minutos más tarde nos encontramos tirados en el arcén. Móvil en mano, mi padre se marchó caminando en busca de ayuda. 

La noche era muy oscura. Solo nos iluminaban las luces de los coches que, de vez en cuando, pasaban a nuestro lado a alta velocidad. Los camiones levantaban un aire furioso que zarandeaba nuestro coche. Mi madre no se atrevía a salir a la carretera para pedir ayuda a los conductores, por precaución al no saber quién pudiera detenerse. Para mantener la calma, nos pidió que sacáramos del maletero algunos juegos que llevábamos a la playa. Entre el <<de oca a oca y tiro porque me toca>> y el <<te como y me cuento veinte>> del parchís, conseguimos distraernos.

Transcurrió hora y media hasta que volvimos a ver a mi padre. Traía una garrafa de cinco litros, lo justo para que pudiésemos llegar al surtidor. Una vez el depósito estuvo lleno, continuamos nuestro viaje sin más sobresaltos.