VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Pintando a ciegas

Marta Álvarez Domínguez, 15 años

                 Colegio Ribamar (Sevilla)  

El lienzo acabado descansaba sobre el caballete desde hacía un buen rato. La pintura ya estaba seca y el olor a óleo disminuía poco a poco, pero Hugo no podía irse hasta las seis. Para distraerse echó una ojeada al resto de la clase. Las demás pinturas no podían compararse a la suya. No todo el mundo podía ser un buen pintor; se necesita conocer las técnicas, saber mezclar los colores, paciencia y sobre todo, tener buen pulso. Hugo poseía todas esas cualidades y, por tanto, se consideraba el mejor pintor de la Academia. Volvió a consultar su reloj de pulsera y suspiró: aún no eran ni menos cuarto. Cuando su profesor pasó junto a él, le preguntó:

-Agustín, ¿puedo irme ya?

Este observó con ojo crítico el trabajo de su alumno, un jarrón con rosas de distintos colores. Algunas estaban marchitas, otras permanecían en la parte oscura del lienzo y las del centro estaban perfectas.

-¿Has terminado ya? -le preguntó.

-Sí.

-Entonces limpia los pinceles y la paleta, y podrás irte.

-De acuerdo -aceptó Hugo-. ¿Qué le parece mi pintura?

-Está bien, como siempre -respondió, dándole la espalda para ayudar a otro alumno.

Hugo frunció el ceño y volvió a contemplar su obra. ¿Como siempre?... Había puesto su máximo esfuerzo y dedicación. Era la mejor de sus pinturas. De repente le pareció un cuadro simple. Decepcionado, mojó el pincel en óleo negro y garabateó en una esquina sus iniciales: H.C.

Ya eran las seis menos cinco. Se apresuró a recoger. Restregó la paleta para quitarle los restos de pintura y lavó los pinceles con agua y unas gotas de aguarrás. Sin darse por vencido, volvió a acercarse a su profesor:

-¿Cuándo será la exposición?

-El lunes de la semana que viene.

-Ya se sabrá quién va a participar, ¿no? -Hugo no ocultaba su emoción.

En aquella exposición se elegía al mejor alumno de la academia. Hugo creía que él sería uno de los candidatos. Tenía pensadas los cuadros que expondría.

-¿No me has oído anunciarlo durante la clase? -el profesor le sacó de sus ensoñaciones-. Ya han salido las votaciones. Hemos elegido a Lucía Gómez.

Hugo sintió como si le hubieran echado encima un jarro de agua fría que se llevaba sus ilusiones y sueños. Le dirigió una mirada extraña al maestro y volvió a su caballete. Se colgó la mochila al hombro, aún con el nombre “Lucía Gómez” resonando en sus oídos.

<<Es injusto>>, se dijo al salir de la clase, <<yo me he esforzado más que esa tal Lucía. Llevo soñando con la exposición demasiado tiempo como para que se la arrebataran así como así. En la siguiente clase me esforzaré más aún, y Agustín tendrá que reflexionar y elegirme. Me lo merezco. Estoy completamente seguro>>.

Al día siguiente entró en la academia seguro de sí mismo. Había recuperado el aplomo y disfrutó pintando una marisma. De vez en cuando observaba a sus compañeros, especialmente a las chicas, preguntándose quién era esa tal Lucía. Dieron las seis. Aún no había acabado porque pretendía que Agustín se diese cuenta deque él se tomaba la pintura en serio.

Los alumnos habían empezado a marcharse. Sólo quedaban él junto a otros dos. Uno de ellos empezó a recoger sus cosas y Hugo decidió secundarle. El profesor salió un momento y Hugo pasó junto a la chica que quedaba. De pronto, se detuvo. En la esquina de aquel lienzo se podían leer unas iniciales: “L.G.”. Miró la pintura: era una complicada mancha de colores. Se preguntó si aquello era un motivo abstracto y dio unos pasos atrás, pero las figuras seguían sin tener sentido.

<<¿No puedo creer que esta sea la chica que participará en la exposición? ¡Pero si no sabe pintar!>>.

La chica se volvió. Hugo se quedó boquiabierto por la sorpresa: ¡era ciega!. Sus ojos eran de un celeste muy claro, casi blanco.

-Deja de mirarme -le pidió Lucía, con las pupilas clavadas en el punto exacto donde se encontraba Hugo, que sintió un escalofrío en la espalda.

<<¿Puede verme?>>

Los ojos de la chica viraron a la izquierda, como si intentaran encontrarle en mitad de la oscuridad.

-¿Cómo sabes que te estaba mirando? –preguntó él con intriga.

-Te he escuchado -respondió.

Hugo se acercó un poco más al cuadro y los ojos de ella le siguieron, adivinando su posición por el sonido de sus pisadas.

-¿Qué representa? -quiso saber, refiriéndose al cuadro.

-¿Qué es lo que ves?

Hugo se encogió de hombros.

-No lo sé.

Lucía no se molestó en hablar. Metió el pincel en una pintura al azar y, tanteando el cuadro para encontrar la pintura fresca, empezó a deslizarlo con seguridad. No veía ni utilizaba ninguna clase de técnica para mezclar colores o dar las pinceladas. Sólo tenía pasión, y era todo lo que necesitaba.

Hugo, que seguía los movimientos del pincel, comenzó a descubrir formas, a darse cuenta de que aquel cuadro tenía sentido.

Quien había pintado a ciegas todo este tiempo era él. Lucía, con sus ojos apagados, le había enseñado a ver.