VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Pobre Nicolás

María Luján, 14 años

                 Colegio IALE (Valencia)  

Todas las mañanas, cuando Lucía salía a esperar al autobús en la esquina de su casa, apoyaba la mochila sobre la pared y miraba intrigada a aquel abuelito que estaba desolado en la puerta de sus vecinos.

Nunca se había atrevido a preguntarle qué hacía ahí, pues tenía miedo. Pero aquella semana, en la que tuvo muchos exámenes, salió antes a la parada. Le gustaba estudiar sentada bajo la enredadera que caía de la valla de su casa.

De repente guardó su libro en la mochila, se levantó y se acercó a hablar con aquel señor. No podía imaginarse que aquel abuelito era Nicolás, ese al que sus padres no le dejaban acercarse cuando se celebraban las fiestas en su pueblo, pues siempre estaba bebiendo alcohol y se burlaba de Lucía y de sus amigas. Pero como Lucía ya era mayor, se atrevió a preguntarle qué es lo que hacía ahí, pero él no le contesto, así que al final Lucía decidió irse.

Eran las nueve de la mañana, un domingo de mayo, cuando el despertador sonó. Lucía tenía muchas ganas de dormir, pues esa semana había tenido que madrugar ya que tuvo los exámenes finales. Era sábado, tenía una comunión y tuvo que madrugar para ir a la peluquería.

Lucía desayunaba tranquila en la terraza, donde le gustaba relajarse. De repente escuchó que un hombre lloraba y al ver que era Nicolás, decidió salir de su casa -sin que sus padres se diesen cuenta- y se acercó de nuevo a hablar con él. Esta vez sí que la contestó.

Nicolás le explicó que en esa casa le daban dinero para poder comprarse comida y a veces ropa, pero que aquella familia estaba pasando por problemas económicos y no podían darle más ayuda. Nicolás había perdido a todos sus familiares en un accidente de tráfico, cuando tan solo tenía veinte años.

Hasta ahora, había estado viviendo en la calle.

Tras media hora hablando, Lucía y él llegaron a un acuerdo. Ella le pagaría un pequeño sueldo a cambio de que fuera a su casa todas las mañanas a ejercer de jardinero. Pero de esto no podían enterarse sus padres, aunque Lucía sabía que era imposible.

Un día Elena, la madre de Lucía, no fue a trabajar ya que estaba enferma. Cuando bajó a desayunar se encontró a Nicolás podando los matorrales del jardín. Tanto Elena como Nicolás se asustaron; ella se le acercó y, enfadada, le preguntó qué estaba haciendo ahí. Nicolás tuvo miedo de explicárselo, pues no quería que riñeran a Lucía, pero sabía que si no lo decía sería peor.

Cuando Lucía llegó del colegio, Elena y Pedro, sus padres, la esperaban sentados en la cocina, algo que no era normal. Ellos deberían estar trabajando. Le preguntaron por Nicolás y Lucía se lo explicó todo. Al principio fue difícil que sus padres la comprendieran, pero tras varios días aceptaron el gesto generoso de su hija. Sabían que aquello era por el bien de Nicolás.