XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Podemos

Irene Cánovas, 15 años

                 Colegio Iale (Valencia)  

Acabo de regresar de la India junto con algunos de mis profesores y compañeros de colegio. Ha sido tan impactante lo que hemos vivido, que deseo compartirlo con mis lectores. Tal vez no haya mejor manera de animarles a que se involucren en proyectos humanitarios: entre todos, con pequeños esfuerzos, podemos mejorar el mundo de quienes más sufren.

Todo comenzó hace algo más de un año, cuando en el colegio nos sugirieron la posibilidad de obtener fondos y nos animaron a pensar cómo conseguirlos para financiar la construcción de una escuela en la India. Los alumnos elegidos para formar parte del proyecto fueron los de 3º de la ESO. Gracias a la colaboración de todas las personas que forman parte del colegio, conseguimos lo necesario para que los responsables en la India pudiesen comenzar el trabajo.

La escuela se encuentra en uno de los poblados donde trabaja la Fundación Vicente Ferrer.

Los alumnos organizamos una cooperativa, creamos una página web, vendimos toda clase de productos (quesos, turrones, aceite, calendarios, galletas, pulseras…). Poco a poco, a base de pequeñas cantidades, alcanzamos nuestro objetivo.

Un sueño que parecía tan lejano, se hizo realidad: la Fundación nos invitó a compartir con ellos la inauguración de la escuela, en la que ya se están educando los niños que pertenecen a la casta más humilde de todas las que existen en la India, los intocables. La sociedad india, según una antiquísima tradición, está estratificada en castas. Nacer en una u en otra determina qué tipo de vida podrás llevar. Los intocables son el grupo social más humilde, una clase tan baja que se la considera aparte de las cuatro grandes castas, y que por su “impureza” no deben ser ni siquiera tocados.

Volamos desde Valencia con la misión de conocer los programas que la Fundación realiza entre las mujeres, de repartir bicicletas –el mejor medio de locomoción en un lugar desértico, en el que los niños emplean muchas horas en ir y volver de casa a la escuela-, de visitar un colegio especialmente diseñado para niños con discapacidades físicas y psíquicas, así como de participar en el reparto de alimentos en un programa de nutrición infantil.

Fueron días muy especiales, una oportunidad para conocer otra cultura, tan distinta a la nuestra, para aprender de la dignidad de quienes no tienen apenas nada, para introducirnos en otro mundo (otra sociedad, otra economía).

El recibimiento en los poblados fue indescriptible. Las risas de los niños que iluminaban nuestro paso, el agradecimiento de los adultos, la música con la que nos acogían… Aún ahora, al rememorarlo y escribirlo, sonrío al pensar en esas bienvenidas, en el modo con el que nos agasajaban. Ha sido la mejor experiencia de mi vida.

Los adolescentes somos capaces de muchas cosas. Debemos poner nuestro granito de arena para mejorar el mundo. Ayudar a que los que menos tienen, dispongan al menos de una oportunidad.

En mi colegio lo hemos conseguido: un grupo de niños y niñas tienen hoy oportunidades que antes ni soñaban que fueran posibles. Podrán recibir una formación adecuada que les ayudará a valerse por sí mismos en una sociedad tan compleja.

Sobre todo, nos hemos dado cuenta de que sí se pueden cambiar las cosas. Basta con que nos den la oportunidad y que deseemos aprovecharla.