XX Edición
Curso 2023 - 2024
Por un plato de
habichuelas
Javier Delgado de Olmedo, 16 años
Colegio Tabladilla (Sevilla)
Odio las habas. Desde niño. Es meterme una cucharada en la boca y despertarse la arcada. Pero en mi casa siempre me dicen, cuando mi madre las prepara: «Esto es lo que hay». A mi edad ni mis remilgos, ni los gestos de repugnancia, ni ese masticar infantil con el que se va macerando una bola entre los carrillos, como si yo fuera un hámster, son capaces de alterar la costumbre: «Se come lo que se pone en el plato». Así que no me queda sino recurrir a la miga de pan y al agua para que el guiso pase por mi garganta.
En el colegio es otra historia. Allí es habitual escuchar quejas sobre la calidad de la comida y su cocinado. Por este motivo, muchas veces observo que mis compañeros dejan sus platos medio llenos e, incluso, sin haberlos tocado. Por desgracia, todos esos restos van directamente a la basura. Claro que en casa también puede pasar: si no me gusta el menú y no están mis padres, no me lo tomo. Y si están, aprovecho algún momento de descuido para deshacerme de una parte.
La pobreza y el hambre son dos problemas que están muy relacionados. Hay mucha pobreza en el mundo, y no tenemos por qué irnos a lugares lejanos para darnos cuenta. Aquí mismo, en nuestro país, en nuestra ciudad, hay miles de familias necesitadas que, debido a la falta de recursos económicos, no tiene apenas nada para comer en condiciones. Deberíamos ser conscientes de ello porque nosotros, en este sentido, somos personas con mucha suerte.
Mi padre tiene por costumbre ir el día de Nochebuena a repartir turrones y bombones a la gente desamparada que se va encontrando por las calles de Sevilla. Un año lo acompañé. Estuvimos repartiendo dulces a los pobres durante más de tres horas. Fue una preciosa lección para mí.
Quiero dirigirme a los jóvenes, que estamos acostumbrados a tener siempre la nevera llena. Pensamos que es lo normal, lo que nos merecemos, pero… ¡Qué equivocados estamos! Por eso, entre haba y haba aprovecho para expresar gratitud a mis padres. ¡Cuánto les debo! No solo por sus cuidados, por la educación que me han dado, por su cariño, sino porque han trabajado sin descanso para que, entre otras muchas cosas, cada día dispongamos de alimentos. No albergo dudas de que las personas necesitadas que tienen hijos también quieren lo mejor para ellos. Así que, a partir de ahora cuando vea un plato de habichuelas seré capaz de comérmelo, aunque para ello tenga que vaciar una panadería y un pantano.