XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Que vuelva la ganadería

Juan Prados, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

«¡Que vuelva la ganadería!» se oyó en lo alto del tendido siete. 

No soy partidario de los comentarios emitidos en el silencio sepulcral que merece la suerte suprema, ya que el matador debe estar plenamente concentrado para lograr una buena estocada con la que concluya su faena. Sin embargo, aquella voz ponderaba la calidad del toro que pisaba la arena. O, más bien, denunciaba la decadencia a la que se ha sometido el alto listón de los toros que se presentaban en las corridas de la plaza de Las Ventas. 

Es más que evidente que el toro bravo, que en su naturaleza es grande, fuerte y con vivo carácter, ha entrado en declive. Hasta los años dos mil, los animales que pisaban el ruedo de la capital del toreo, eran superiores en calidad y bravura a los actuales. El toreo consiste en que matador y toro se juegan la vida, por lo que el peligro al que antaño se exponía el torero era mayor al que se enfrenta hoy. Los morlacos actuales tienen la mitad de aguante, de fuerza, y, por consiguiente, de peligro. Cuenta un famoso crítico taurino en uno de sus libros: “Me resulta curioso ver que los matadores actuales, tras finalizar una corrida se van a cenar y, después, de copas durante toda la noche. Antiguamente el matador salía de la plaza sin fuerzas y se iba directo a su casa para descansar». 

Hace veinte años el maestro no paraba de moverse para cambiar de lugar durante la faena ya que, de lo contrario, el toro podía arrollarle. Era el torero el que acababa agotado, mas hoy es el toro el que llega con la lengua fuera al inicio de la faena. Por esta razón, embiste más lentamente y permite al diestro lucirse y hacer ver al público su destreza mediante florituras como ponerse de rodillas, ejecutar pases por la espalda o permanecer a pocos centímetros de los pitones tras dar un muletazo. Aunque estos adornos pueden resultar agradables al público, banalizan el arte del toreo y le quitan su esencia, que es el peligro. 

Es muy difícil encontrar una ganadería que ofrezca las características propias de un animal bravo: que aguante con fuerzas durante toda la lidia, que obligue al matador a hacer un gran esfuerzo y que tenga una cornamenta en condiciones. Es como si los ganaderos “hicieran” los toros a la medida de los matadores: más tranquilos, es decir, menos bravos.

Ojalá no se pierda la base de nuestra Fiesta. Si los aficionados no luchan por mantener la entidad de la tauromaquia, ¿quién lo hará? El toro es la especie fundamental de las dehesas, y no puede convertirse en un animal distinto. Debemos preservarlo en su estado óptimo.