XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Quebec

María Benítez-del-Castillo Mateos, 16 años

              Colegio Grazalema (El Puerto de Santa María)  

Carolina se preparó una taza de café y se dirigió al porche. Allí se sentó y dejó que su mente volara mientras observaba el paisaje que tenía delante. A Carolina le encantaba tomar un buen café por la mañana, nada más despertarse. Le ayudaba a ordenar sus ideas y a trazar el plan del día. Aquella mañana le pareció que lo necesitaba más que nunca porque acababa de mudarse desde Florida hasta Canadá, en lo que ella consideraba una de las apuestas más decisivas de su vida: había cambiado un piso en el centro de Miami por una casa rural con vistas al bosque, en un pueblito de Quebec.

Estaba ansiosa de que empezaran sus clases en la escuela pública del pueblo, para poder conocer, al fin, a los niños de la zona. Se alegraba de haberse ofrecido para la plaza vacante que había quedado después de la jubilación de una de las antiguas maestras.

Con el ajetreo del traslado, aquel momento despreocupado le supo a gloria. Mientras saboreaba un sorbo de café, dirigió la mirada hacia los árboles y vio a un niño que intentaba alcanzar una cometa que se le había enredado entre las ramas. Depositó con cuidado la taza en una mesita de teca y se acercó para ayudarle.

Antes de que hubiera llegado, el pequeño la vio y salió corriendo en dirección al bosque. Carolina recogió la cometa y gritó:

—¿Adónde vas? ¡He desenredado tu cometa! ¡Toma, ven!

Pero el niño cada vez se adentraba más entre los árboles y eso la preocupó. ¿Y si se perdía? Decidió seguirle.

—¡Por favor, para! –le gritó.

Le pareció que él le hacía caso y se escondía detrás de un arbusto. Carolina suspiró aliviada, pensando que ya no tendría que seguir corriendo detrás de él. ¿Y si le mostraba la cometa a ver si así se lo ganaba?… Se inclinó sobre el matorral con precaución, pero no había nadie.

Horrorizada, miró a su alrededor, pero fue inútil. El pequeño había desaparecido. Súbitamente, cayó en la cuenta de que se encontraba en un lugar desconocido, en medio de un bosque del que no sabía salir. Se había perdido.

Le pareció oír un crujido y seguidamente algo que se resbalaba. Se dirigió hacia donde provenía el ruido. Al ir acercándose, vio un hoyo en el suelo y encontró dentro de él al pequeño. Lo llamó y le tendió la mano para ayudarle a subir, pero él no la miraba y parecía ausente; observaba con obstinación la pared del hueco en el que había caído. Súbitamente, ella comprendió: era más que probable que aquel niño sufriera algún tipo de autismo y le tocaría a ella, su maestra, buscar la manera de comunicarse con él. Ya lidiaría con eso más adelante; en ese momento, la prioridad era sacarle de aquel hoyo y encontrar el camino de vuelta.